Rafael de Paula decía que Dios lanzaba pelotitas desde el cielo, que a algunos les caían en la cabeza y que eso era el arte. Estoy de acuerdo, pero creo que el cielo no sólo lanza las pelotitas a la cabeza; en ocasiones las envía a la sangre y las acompaña de manual de instrucciones, como si fueran bacterias. Al fin y al cabo, las bacterias saben lo que tienen que hacer sin que nadie se lo diga. Las pelotitas, no. En ocasiones la bacteria se equivoca y desea acabar con el cuerpo que la aloja, aunque ello implique su propia muerte. Es una paradoja trágica: la bacteria gana la batalla, pero pierde la vida en una matrioshka en la que cada muñeca tiene una guadaña; dos organismos peleando por acabar entre sí en una superposición de pulsiones de muerte. Pero, sin embargo, en ocasiones, la bacteria puede no ser tan mala y reside en el cuerpo de modo indefinido, con consecuencias beneficiosas para el organismo que le da cobijo, como una filarmónica dirigida por Von Karajan pero dentro del ADN.

(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 9 de noviembre de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).