Una sociedad plural no es una suma de tribus, sino una conversación entre personas que, pensando diferente, comparten una casa común. En la pluralidad hay un nosotros, un marco cívico donde caben el desacuerdo, la disidencia y la discusión pública sin miedo al exilio moral. En cambio, una sociedad multicultural –palabra tan bienintencionada como tramposa– tiende a levantar muros invisibles entre comunidades que conviven sin mezclarse, cada una con su verdad, su código y su agravio. Por eso, mientras la pluralidad exige ciudadanos, el multiculturalismo se conforma con identidades. Y cuando las identidades mandan, la libertad suele salir escopetada. El multiculturalismo es enemigo del pluralismo. Pero la uniformidad también. El primero rompe la sociedad en compartimentos estancos; la segunda la aplasta bajo el pensamiento único.

(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 10 de noviembre de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).