
Tengo dicho que los vallisoletanos somos los únicos humanos con cinco abuelos: cuatro de sangre y Delibes, el quinto, el tronco al que asirnos, la rama común, un ‘homo antecessor’ con el que no compartíamos genes sino sentimientos y, por lo tanto, destino. Delibes fue el abuelo de cuando murieron nuestros abuelos. En él latían las historias que nos faltaban, las miradas que se nos fueron y el alma inmensa de Castilla en el amanecer de un domingo. Pero, además, fue una figura simbólica, totémica y atávica que nos unía con la dignidad de nuestra tierra, con el silencio de los que se fueron y con la sonrisa de los que habrán de llegar. Esto que digo vale para todos los vallisoletanos excepto, paradójicamente, para dieciocho. Que son sus nietos y que se han de conformar con la inmensa pena de tener solo cuatro abuelos, asumiendo, a cambio, el enorme privilegio de que el suyo se escriba con mayúscula.
(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 15 de noviembre de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).