
No soy optimista con una caída de Sánchez en el corto plazo. Tampoco en el medio. El PP sigue haciéndose trampas al solitario con esa increíble e insoportable incapacidad para cualquier análisis sutil y profesional y no asume que no es a la derecha sino al populismo –primero Podemos y ahora Vox y Alianza Catalana– a lo que España se aferra cuando vienen mal dadas, desde hace diez años. Pero, en cualquier caso, Sánchez acabará cayendo. Cayó el templo de Jerusalén, cayó la biblioteca de Alejandría., cayó el Imperio romano, ¿cómo no va a caer este régimen chusquero que huele a pies y a ajo? Pero serán los votos, y no la decencia ni la autocrítica, los que les hagan comprender que se equivocaron. Nada une más que el pesebre. El pienso y el abrevadero vertebran más que las enmiendas programáticas. Y el PSOE es un partido especialmente obsesionado con el poder, con alcanzarlo, ocuparlo como un gas en el recipiente que lo aloja y no soltarlo. ¿Lo hacen por sus ideas? No, no las tienen. Frente a lo que se piensa, el PSOE de Sánchez no es especialmente de izquierdas y su política económica es de lo más ortodoxa y convencional. O aceptamos eso o aceptamos que solo el social comunismo ha sido capaz de llevar al Ibex a sus máximos históricos. El radicalismo de este PSOE deriva de otro lugar, en concreto de las cesiones a las que son capaces de llegar para alcanzar el poder, repartirse los cargos y controlar el presupuesto. Ese es su único objetivo. Y esa es la argamasa del sanchismo.
(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 29 de noviembre de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).