
Además de regentar un bar en La Vecilla de Curueño, Javier cuida cuatro ovejas que guarda en una finca cercana. Cada día las atiende y alimenta porque el tipo ama los animales y ya está, no hay que darle más vueltas: algunos hacen maquetas, otros juegan al pádel y Javier pasa su tiempo libre cuidando rumiantes en las montañas de León, cerca ya de Asturias, entre una belleza indescriptible y el frío a 1.036 metros de altura. Una mañana del invierno pasado observó que ya no había cuatro ovejas sino cinco, y que la quinta no tenía lana blanca sino pelo marrón y un hocico extraño. En realidad, era una cierva que había llegado a la finca libremente desde algún monte cercano, seguramente extraviada de su manada. Dice Javier que la cierva convivía perfectamente con las ovejas y que entraba y salía de la finca como si fuera una más. Con un matiz: al contrario que las ovejas, un día la cierva comenzó a seguirle a todos los lugares y cuando entraba a trabajar al bar, ella se quedaba esperándolo en la puerta. Todo esto ya lo ha contado mejor que yo Lucía Gutiérrez en ‘El Norte de Castilla’,pero no puedo pensar en otra cosa, así que lo cuento también yo, como si fuera una versión de la misma canción para el disco homenaje. Todo el pueblo se acostumbró a ver a la cierva, a la que comenzaron a llamar Pepa, acompañando a Javier a todas partes. Dice Lucía Gutiérrez que «quienes los observaban hablaban de una conexión especial, difícil de explicar». Y nadie la intentaba retener: Pepa es solamente un animal libre que, libremente, ha decidido vivir con las ovejas en aquel prado y acompañar a Javier, supongo que guiada por un instinto gregario y muchas ganas de sobrevivir.
(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 21 de diciembre de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).