Esa idea –la cultura a la vez como oficio y como pose– conecta directamente con una manera de estar en el mundo que en Valladolid siempre se ha entendido mejor que en otros sitios. Quizá por eso Valdeón nunca ha terminado de encajar del todo en ningún lugar. Ni en Estados Unidos, ni en Madrid, ni siquiera aquí. Es demasiado americano para ser localista y demasiado castellano para entregarse al ruido. Pero esa incomodidad es precisamente su valor. Como todos los que valen la pena, Julio escribe desde la frontera, como ‘Darkness’: en el borde del pueblo, donde ya se ven las luces de la ciudad, pero aún con barro en los zapatos. Este libro habla de Springsteen, sí, pero también habla de no convertirse en caricatura. De no suavizar lo que duele. De aceptar que madurar consiste en perderse sin mirarse como un héroe. Y en esa lección hay algo profundamente vallisoletano, algo que no suele venderse bien, pero que permanece. Como Springsteen en ‘Darkness’, Julio eligió la intemperie antes que el brillo. Y eso debería decirnos que a Julio hay que leerlo, pero no porque se haya quedado, sino precisamente porque se fue, volvió y hoy sigue escribiendo sin pedir aplauso, quizá para que algún becario aburrido logre entrar en ‘La historia interminable’, comprenda el árbol genealógico y habite, por derecho, el mundo al que es convocado. La verdadera mediocridad es estar frente a la grandeza y no ser capaz de reconocerla. Y va siendo hora de leer a Julio Valdeón como lo que siempre fue: uno de los nuestros.

(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 26de diciembre de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).