
El legado de Sabina es inabarcable, no solo en España sino en América, es decir, en todo el mapa del castellano. Su apostolado en la belleza no tiene parangón y, por poner un ejemplo, ya solamente ‘De purísima y oro’ cuenta mejor la posguerra que toda la narrativa social junta. Creo que es indiscutible que Sabina merece el Princesa de Asturias de las Letras. Y que lo merece precisamente ahora que se corta la coleta y pone el punto final a una obra ingente que ya forma parte del acervo colectivo. Como tal ha de ser reconocida. Que se lo digan a mi vecino, el Herrera, viejo amigo del Flaco y que, como todos los que aspiramos a escribir en vez de a redactar, admira su pluma como profeta y penitente. La importancia de Sabina es incuantificable. Pero no solo por enseñarnos a escribir sino, sobre todo, por enseñarnos a sentir, a mirar y a unir las líneas que unen ambos puntos a la vez desde los dones y desde las carencias. Lloramos a Robe y a Jorge Martínez. Antes lloramos a Antonio, a Aute y a Krahe. Por si acaso, no lo deje en saco roto. Que luego es demasiado tarde, Princesa.
(Este párrafo forma parte de un texto que se publicó originalmente en ABC el 28 de diciembre de 2025. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).