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(Este artículo fue publicado originalmente en El Norte de Castilla, el día 2 de enero de 2019).

Ha sido una maravilla ver Valladolid llena. Es un espectáculo sentarse en el centro -digamos que a los pies de Cervantes- y contemplar nuestra ciudad rebosante de si misma, llena de los nuestros, completa de vallisoletanos que vuelven a casa y nos hacen recordar lo que podríamos llegar a ser si estuviéramos todos los que somos. Que ambientazo es el de Valladolid celebrándose, abrazando a los que no pudieron, no supieron o no quisieron hacer una vida aquí y salieron a buscar prados más verdes. Me encuentro con muchos de ellos y no cabe duda de que, tras el primer deslumbramiento del joven vallisoletano emigrado con Madrid, todos coinciden en que nuestra ciudad es una ciudad hecha a medida del hombre. No es que Madrid sea el estándar y Valladolid pequeño. No es que estemos acostumbrados a un esquema mental de ciudad pequeña; quizá nuestro esquema mental sea el esquema del mundo y es Madrid quien deba adaptarse a la vida fuera de los márgenes.

Siempre he pensado que existe un doble paletismo: el del vallisoletano que no ha salido nunca de aquí y lo critica todo y el de su espejo, el vallisoletano que salió demasiado pronto, antes de llegar a conocerse a si mismo y se ha vuelto más madrileño que el mismo chotis, como esos judíos conversos que deben mostrar su conversión en cuanto tienen ocasión. Quizá, en el fondo, se critiquen a si mismos, como si negando su origen se despojaran de los adjetivos que les sobran para la imagen que quieren mostrar en el catálogo de primavera-verano. Nunca renunciéis a lo que sois, amigos. Mal está que Saturno devore a sus hijos, pero jamás valoré la posibilidad de que fueran los hijos los que devoraran a Saturno.

Aquí se mira a Madrid de tú a tú, de capital del imperio a capital del país, y entiendo a nuestro alcalde cuando dice que no se le ocurre nada más importante que ser alcalde de esta ciudad. Quien no lo entienda quizá deba leer un poco para conocer dónde vive. Una vez escuché decir a Javier Vielba que quien habla mal de esta ciudad es que ha salido poco de ella y tiene razón. Cuanto más se amplia mi mundo más orgulloso estoy de Valladolid. Jamás vi frialdad más reconfortante, silencios con más significado, alegría más serena ni profundidad más nítida. Esta es una ciudad especial, con una personalidad muy fuerte, con cierto chauvinismo, cimentada por el orgullo de una historia, sobrada de talento agrupado, una ciudad que ha soñado y que sigue soñando, que crea, que es, que quiere seguir construyendo y construyéndose.

Estos días han sido especiales. Hemos llenado el corazón de recuerdos y yo no puedo evitar sentir cierta responsabilidad. Fuimos jóvenes, pero llega la madurez y ahora somos padres. Acudiremos no tardando a esos mismos rincones para que sean nuestros hijos los que los llenen de su propia vida y que sus recuerdos se superpongan a los nuestros y los sumen, como marca la ley, como marca la vida. Como dice Felipe Vegue, “porque fueron, somos; porque somos serán”. Entre todos seguiremos haciendo esta ciudad, una ciudad universal cuyos límites son los del mundo. Y cada día con más amor propio. Gracias por ello, Valladolid.

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