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Leo cada mañana la crónica del juicio por maltrato, abuso sexual y posterior asesinato de la niña Sara. Quiero decir que lo intento, porque hasta ahora no he conseguido terminar ningún día, presa de esa mezcla de violencia y repugnancia en la que todos nos encontramos. Pobre niña Sara, qué vida tan corta y desdichada la que te ha tocado vivir. Pobre Sara, te han truncado la vida, te han arrancado las alas, te han robado la posibilidad de la ternura, el brillo de la emoción, la seguridad del afecto… Solo te ha dado tiempo a sentir miedo, miedo y pena y yo te imagino preguntándote, con tus hermosos cuatro años, los ojos muy abiertos y esa lengua de trapo, si esto era la vida, toda la vida, si el color negro que inundaba tus pesadillas era todo lo que había, si el juego iba de esto, si este era el abismo de la cadencia inalterable de tragedia que te iba a tocar vivir; si cada día sería como ese día, si cada cuerpo en el mundo era quizá como tu pequeño cuerpo, amoratado, lleno de golpes y de dignidad.

Pobre Sara, no puedo parar de pensar en ti estos días, y es que veo a mi hija y me planteo si acaso es ella más que tú, si la vida feliz es un milagro, si la infancia entre amor es solo una de las posibilidades, cuán cerca estamos del espanto en la tómbola. Yo me acuerdo de ti Sara, Sarita, y eso que no te he visto jamás, pero aún así te recuerdo en cada momento y no te vas de mi cabeza. Me pregunto dónde estaba yo mientras todo sucedía, quizá escribiendo alguna gilipollez o sufriendo por vete a saber qué nimiedad; me pregunto dónde estábamos todos y, lo que es peor, qué le estará sucediendo a otros niños en este preciso momento, en esta hora concreta, en esta primavera sin ti. No podrás ya ver Buenos Aires, no sé si llegaste a ver el mar, no has pisado nunca un cine. Pobre niña Sara. Han destrozado una historia, una línea temporal de evolución que acaba en ti, ya de modo eterno, como un callejón sin salida. Te han hecho sufrir -no daré detalles- mientras te defendías como la valiente que eras, como la heroína que has sido, como la luchadora infatigable que tus escasos meses de vida -llamémoslo así- te han obligado a ser, y eso no te lo van a quitar jamás. No sé lo que podrías haber llegado a ser, lo bello que sería tu primer amor, el fulgor iridiscente de la belleza de tus días y de tus noches, el vestido de tu comunión, pero nos lo vamos a inventar. Mientras tú estás ya descansando entre nubes, cerca del Padre, jugando con el sol y con la luna, vamos a escribirlo todo por ti, pequeña niña grande. Lo vamos a hacer por ti y por todos los niños maltratados que han muerto sin esperanza ni calor ni consuelo. Lo vamos a hacer para que ganes tu última batalla, para que los malos pierdan, para que no puedan con la culpa, para que se vean ahogados por su conciencia al leer estas letras precipitadas.

Yo te voy a llevar al Campo Grande un día, para que veas los patos y los pavos reales. Te voy a llevar a jugar al Pinar y vas a estar en mi pensamiento cada vez que un niño juegue en una plaza, monte en bici, acaricie un perro o aprenda a nadar. Que tu calvario no sea inútil y que, desde donde estés, sepas perdonarnos a todos por no haber aparecido como aparecen los superhéroes, sin ser llamados y en el momento preciso. Como merecen todos los niños del mundo. Y sobre todo tú, Sara.

(Esta columna se publicó originalmente el 21 de mayo de 2019 en El Norte de Castilla).

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