El marketing no consistía en besar a un extraño perro naranja que olía a leche -no quiero saber qué leche beben en La Barceloneta- ni en mostrar un pedrusco en prime time si no estás en el neolítico, algo que comienzo a dudar. El marketing no tenía nada que ver con rematar tu minuto de oro como si fueras un anuncio de compresas ni en vestir como un consultor junior en su día libre. A no ser que seas Nadal, esto tampoco iba de terminar cada debate con un “¡Vamos!” ni de decorar estancias y oradores como si estuviéramos dentro de un video de Parchís.
El marketing no iba de cambiar de mensaje cada diez minutos, porque, en política, el mensaje es el único producto y cambiarlo radicalmente implica cambiar tu promesa y, como consecuencia, tu público objetivo. Y un partido político, más allá de otras consideraciones, tiene que resolver un problema a un determinado grupo de población; ese es su producto, su mensaje, su promesa. Si no lo tienes, no eres útil y, si no eres útil, estás muerto. Hasta aquí la parte fácil. La parte difícil: entender que la necesidad que cubres no es racional sino emocional. No hay una gran diferencia técnica -racional- entre PP, PSOE y Ciudadanos, pero emocionalmente cubren aspectos totalmente diferentes y, en este ‘momentum’ de trinchera, exabrupto y ‘cuñadismo’, la emoción es lo único que cuenta y la de Rivera no ha sido ni la moderación que ya representa Casado ni su némesis, el ‘cojonismo’ de VOX, un partido que nadie ve como la solución a nada, pero que actúa como canalizador de una nación herida y vilipendiada. Aunque algunos no lo vean, VOX y Podemos son la misma cosa, productos populistas, low-cost y revolucionarios. Ambos quieren cargarse la constitución: unos para hacer una España federal, otros para convertirla en un estado unitario, algo que ni es, ni ha sido, ni debe ser. Cambia el origen de la herida, no el delirio. El populismo es el bestseller de la postmodernidad. Estamos jodidos.
Tanto en la política como en el amor, tu verdadera utilidad se comprende cuando surge un sustituto y entiendes qué necesidad cubrías, más allá de powerpoints y poemarios. La utilidad de Ciudadanos era pactar a ambos lados, como se han cansado de advertir Igea y Garicano, pero a Sánchez le decían que “Con Rivera, no” y a Rivera que “Con Sánchez, no”. Es el sectarismo de las bases, a las que conviene no hacer ni caso porque eso precisamente es el liderazgo: llevar a la gente a un lugar al que de modo natural no quieren ir. Aún recuerdo el “OTAN no” de Felipe. Eran otros tiempos y no había primarias, el verdadero cáncer que nos ha traído aquí, esa demagogia de minuto cero que prima al que sea capaz de decir más chorradas a una base de jíbaros radicalizados. Río abajo nos llegan los lodos en forma de jinetes del apocalipsis cafre.
Pese a la mala fama que politólogos y tertulianos han impregnado al marketing, esto va de tener un producto honesto y de usar el cerebro. Lo tenemos, por lo tanto, muy complicado. E irá a peor: a cada irresponsabilidad de Sánchez, un millón de votos para Abascal. A cada macarrada de Ortega-Smith, un millón de votos más al independentismo. Cerraremos así el círculo de la tragedia: tendréis lo que pedís. No se me ocurre mayor castigo.
(Esta columna fue publicada originalmente el 12 de noviembre de 2019 en El Norte de Castilla. Click aquí).