La Castilla que tenemos en la cabeza es la creación de dos vascos –UmanunoBaroja-, de un gallego –Valle-Inclán-, de un alicantino –Azorín– y de dos andaluces -los hermanos Machado-. La generación del 98, que tanto daño ha hecho a la imagen de mi tierra, ve en Castilla -en su paisaje, fundamentalmente- un reflejo de sus angustias, la aridez del alma, el dolor de la soledad y no sé qué otras gilipolleces de personas nacidas en la tibieza de los climas periféricos y que, simplemente, aquí tenían frío. Cuando un castellano tiene frío, se calienta, no lloriquea. Y cuando tiene miedo, se defiende.

En Castilla, la generación del 98 sublima el ideal de la España poderosa, libre, conquistadora, incumbente e imperial que, sin duda, fue en otros tiempos. Porque lo fue. Y lo fue precisamente por obra y gracia de Castilla, de su liderazgo y de su brillantez. No olviden nunca que América es una empresa castellana, no exactamente española. Es Castilla la que pone el dinero, la determinación y los hombres. Castellanas son las banderas de los barcos. Y, por supuesto, también castellanos los muertos. Y las estrecheces y las consecuencias en forma de ruina. La gloria, Habsburgo. Los muertos, castellanos. El mármol en Viena. En mi pueblo, el adobe. (Clic aquí para seguir al texto completo en EL DEBATE DE HOY)

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