El liberalismo nace como modo de convivencia entre distintas formas de vida, no como modo de resolver los conflictos entre distintas formas de vida para ver cuál de ellas es la mejor. Entre otras cosas porque no se trata de eliminar el conflicto como si fuéramos centristas del montón, sino de pactar las reglas para disentir sin matarnos. El conflicto es necesario, pero, sobre todo, es inevitable. Por eso «comunismo o libertad» era lo más antiliberal que he oído en los últimos tiempos. Tanto que parece comunista. El liberalismo en el que cree la derecha no reaccionaria consiste en asegurar la convivencia de todos, no en la destrucción política del rival. Porque el liberalismo es un sistema que necesariamente incluye al adversario. No es excluyente sino inclusivo. O, dicho de otro modo, el eje conceptual de su campaña debería haberse centrado en que con Ayuso hay libertad para ser comunista mientras que con los comunistas no habría libertad para ser Ayuso. Ese era el enfoque bueno.

Yo sé que esto es difícil de entender para la derechita cafre, que sigue en su inercia ochentera y que tiene como única ideología hacer aquello que la izquierda dice que le molesta. Esto se lo he oído yo decir a Miguel Ángel Quintanilla y tiene razón, como suele. Y esta ha sido la línea que ha seguido el PP de Madrid desde el tardoaguirrismo hasta el bajoayusismo. Creo que es a eso a lo que llaman ‘batalla cultural’, que ni es batalla ni es cultural, solo una actitud perdedora y derrotista que asume el predominio de la izquierda, que se obsesiona con ella de modo enfermizo y que, en lugar de liderar la sociedad, se limita a caer en las trampas que les ponen.

Esto parece estar cambiando. Ayuso está mudando de discurso y ya no le vale con ser dique contra el comunismo, entre otras cosas porque el monstruo no da ni miedo y no tiene el chollo de enfrentarse a Iglesias. Por eso su actitud ya no es defensiva y vacía sino constructiva y de líder. Su fuerza ya no viene de la intensidad del enemigo a batir sino de dentro. El otro día la oí decir que liberal es entenderse con el distinto, que hay que huir del dogmatismo, que no cree en las divisiones maniqueas de buenos y malos, que quiere bajar el tono de agresividad porque la gente está hasta las narices y que está abierta a acuerdos con todos. Casi me caigo. Es evidente que hay elecciones, que va a por el cinturón rojo y que eso no se puede hacer con la agresividad contra el diferente que ha venido mostrando, pero no esperaba yo que se cayera del caballo como San Pablo y entendiera de golpe el liberalismo. No solo eso: parece haber dejado atrás las batallitas culturales –miren su posición liberal ante el aborto, los menas o el matrimonio homosexual– y estar centrada en la única batalla que la derecha va a ganar siempre: la de la economía, la iniciativa empresarial, la prosperidad y el bienestar de la sociedad. La batalla de la realidad. Y, ahora sí, de la libertad. Pues bienvenida. Este tono le sienta muy bien.

(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 1 de octubre de 2022. Disponible haciendo clic aquí).

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