Sobre la Maestranza, la calima que no llegaba y, a sus pies, un albero que tampoco vino. Se notaba en el ambiente que había muerto Panseco. Polvo amarillo arriba, polvo amarillo abajo, y, entre medias, la muerte amarilla, los Valdés Leal negros y Curro Romero triste. Y la Sevilla flamenca con su nudo en el estómago: nos ha dejado ‘el loco del cante’. Pero la vida seguía en el Arenal y no pude evitar vivirla. Ante mis ojos, Casa Matías se volvió caseta de Feria, Casa Moreno abacería en el Parnaso y, en Triana, una Estrella nos miró valiente.

Es difícil despertar de vuelta tras este reencuentro con la vida, pinchar esa burbuja que se llama Sevilla y volver a inflar otra burbuja, la del columnismo, las aguas estancadas de sus trincheras y los barrios marginales de su alma. Sevilla nos recuerda que la vida es mucho más, que escribir en periódicos es otra cosa, que no es posible escribir con una pantalla y un cabreo por horizonte porque las bases de reflexión son falsas y pobres. Y los argumentos, indistinguibles de los de una inteligencia artificial dictando sus miserias en cirílico. Con el móvil encendido no habrá ni poso ni verdad, ni referencias altas ni miradas bajas: solo fuentes interesadas, ideas sueltas y un revolver cargado. Y escribir así es contaminar el mundo.

Ninguna decisión me ha hecho tanto bien como abandonar las redes y mirar de nuevo la realidad, que va por un sendero más bello y profundo. Nada mejor que volver a las conversaciones con los mayores, con los artistas y con un maestro que me recuerda que es necesario decir ‘no’ a casi todo, porque «mi vida debe empezar y acabar en la columna». Y me temo que, que en realidad quiere decir que «la columna debe empezar y acabar en mí». 

Hablo con la gente de Sevilla y siento que no merece ensuciar su mirada leyendo más basura escrita desde la comodidad del ‘trending topic’ o desde la ocurrencia de un tuitero buscando amor y ‘likes’. Estamos viendo el fin de una época y, no tardando, lo más ‘in’ será estar ‘out’ y vivir voluntariamente desconectado, ilocalizable y libre. Hemos de buscar temas e inspiración en la gente menos expuesta a la sobreinformación, que es ya síntoma de decadencia y fuente de fanatismo. Y eso lleva al fatalismo. Pero tampoco porque, como decía Unamuno, o hay fatalismo o hay arranque. O bajas los brazos y te callas o empuñas un argumento. En la España fanatizada ni el fatalismo es serio, porque hay indignación, ni es serio el arranque porque no surge desde el bagaje intelectual. Todo surge de las redes, que son rebeldía adolescente e inmadurez. Y no se trata de llevar eso a la columna sino de lo contrario, del mundo como experiencia, del hallazgo escondido y la conversación casual. Hemos de mirarlo todo de nuevo para seguir siendo libres, vivir la vida propia y observar la belleza de esta Sevilla que pide Cuaresma a gritos. ¡Mira, acaba de venir una golondrina a despedirnos! ¡Qué escena! Si pudieras verlo, Pansequito… ¡Que alguien lo cante! ¡Que lo cante alguien!

(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 20 de febrero de 2023, pero se comenzó a escribir dos días antes, en La Maestranza de Sevilla, recién enterados de la muerte del cantaor ‘Pansequito’, bajo una calima premonitoria. Disponible haciendo clic aquí).

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