Sálvame nunca ha sido un programa de corazón. Por encima de cualquier otra consideración, Sálvame ha sido una tertulia política de cuatro horas de duración que, sobre la base del corazón, tenía a media España como a Malcom McDowel en aquella habitación de ‘La naranja mecánica’. Ni siquiera era un programa de televisión, era un campo de reeducación basado en el conductismo que no trataba de comentar la vida de los famosos, sino, con la excusa de un aspecto de la actualidad rosa, establecer un juicio moral que definiera la conducta como deseable o no deseable, como reprochable o como encomiable, lo que, en el fondo, marcaba a la audiencia un criterio claro de qué manera de estar en el mundo es la correcta, cuál es a la que se debe aspirar y qué otra es la que se debe rechazar de plano, a lo bestia, sin matices ni consideraciones. 

Esto tenía un filtro previo: el sacerdote sometía a los colaboradores a un proceso de aprendizaje mediante el cual entendían que, ante un estímulo cualquiera, había una respuesta buena –que generaba premios, admiración, estatus–, una negativa –que implicaba mofa, desprestigio y destrucción social– y otra neutra que te llevaba directo a la calle por irrelevante.

No creo que se pueda asegurar que fuera un programa de izquierdas –la izquierda es, fundamentalmente, un proyecto económico y, a ese nivel, es capitalista hasta el maquillador– pero, sin duda, sí que ha sido un programa destinado a crear marcos mentales, a establecer un terreno de juego basado en aberraciones como, por ejemplo, intentar hacer creer a la gente que una mujer que acusa a un hombre de maltrato no debe probarlo; que es la madre la que ‘da’ al padre la custodia compartida si quiere –los niños son suyos– o que cuando la custodia de los hijos recae en el varón, este le está ‘quitando’ los niños a la mujer. Es decir, maltratándola. No hablemos ya de las habituales monsergas contra los toros, la constante ridiculización de la idea de España o la beligerancia contra la idea de familia, digamos que tradicional. A su favor, la normalización de la homosexualidad. Nadie ha hecho tanto como ellos por que se considere normal lo que es normal, es decir, que hay hombres a los que les gustan los hombres, mujeres a las que les gustan las mujeres y que no pasa nada, que deben tener visibilidad y una consideración igual que los heterosexuales. Y quien no entienda esto, tiene una opinión rechazable. Y punible.

La audiencia, como masa que es, no es muy lista. Pero incluso así ha dicho basta, se ha quitado las gafas que le impedían cerrar los párpados y ha abandonado el gulag libremente. No hay manos oscuras sino invisibles: el mercado dice que no puede más. El adoctrinamiento tiene un límite, la polarización no vende, la crispación es vulgar y las formas verduleras no dan audiencia. Ni votos. No, ‘Sálvame’ no era un programa de rojos y maricones. No busquen tanta épica. Me temo que si cierra es solo porque todas las catequesis son un coñazo.

(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 7 de mayo de 2023. Disponible haciendo clic aquí).

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