De Ripoll a la frontera de Francia no hay más de media hora en línea recta, tres cuartos de hora si, en vez de atravesar los Pirineos con piolet, optamos por hacerlo en coche. Si el día es soleado, Ripoll es un pueblo con encanto, rodeado de un entorno natural privilegiado y con un aire medieval agradable, ya saben, piedra a mansalva, carne al punto y monasterio románico. Dicen que este lugar es la cuna de la identidad catalana, su corazón, su origen, su alma. Quizá por eso hay una ‘senyera’ en lo alto y varias más rodeándolo. Pero, en realidad, todo es muy parecido a los pueblos del norte de Palencia, con su románico, sus condados seminales y sus mitos de la Reconquista. Y, al igual que sucede en la Montaña Palentina, cuando no hace sol, el ambiente de Ripoll se transmuta y la luminosidad histórica se torna en un silencio plomizo y contemporáneo.

(Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 7 de mayo de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).