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Actualmente vivo un romance con mi país. Cada día me gusta más, no tengo ninguna intención de salir si no es estrictamente necesario y no sueño con conocer Oslo sino Trujillo. Me gusta especialmente en otoño, cuando España se quita el disfraz de sí misma y se repliega en una serenidad elegante, como las mujeres que ya se despiertan bellas. Pero no siempre fue así, yo crecí sin un especial orgullo por mi patria. Llevaba mi origen con naturalidad, como quien lleva un nombre compuesto, un signo del zodíaco o unos cuernos. Ser español era para mí solo un hecho administrativo, algo que no merece ni demasiado orgullo ni tampoco lo contrario.Esto no tiene que ver con la leyenda negra. Mi problema no era con la historia sino con mis compatriotas, a muchos de los cuales despreciaba y que contaminaban mi percepción general. No era España el problema sino más bien los españoles. Me sentía rodeado de gente fanática, maleducada, terriblemente vulgar; gente agresiva, presa de un desprecio hacia todo, lejana de lo espiritual y aún más de esa virtud que solo nace de la cultura y del arte y que se concreta en una manera de estar en el mundo que, por supuesto, no veía. Pero estaba equivocado.

 

Este es el primer párrafo de un texto que se publicó originalmente en ABC el 13 de octubre de 2024. Al ser contenido premium, solo puede ser leído íntegramente aquí. Si no se han suscrito, les animo a que lo hagan. La suscripción es muy barata a cambio de muchísimo y necesitamos más que nunca prensa libre).