Antes nos caíamos mejor. Nos teníamos idealizados, sabíamos lo justo los unos de los otros, generalmente aquello que nos unía. Luego llegaron las redes sociales a mostrarnos las miserias intelectuales, nuestras fobias y filias, obsesiones, manías, ideas políticas, musicales, culinarias, perros e hijos. Los mitos crecen en la distancia, y las redes sociales lo han desmitificado todo. Nos han alejado a fuerza de acercarnos. Yo prefería no conocer muchas cosas de los demás, de verdad. Supongo que será recíproco.

La peor consecuencia no ha sido saber que la chica X quiere echar a Belén Esteban del reality de turno, ni tampoco saber que piensa votar a Podemos. Lo peor no ha sido saber que la otrora diva dice «terraceo», «latinear» o «postureo». Lo peor ni si quiera ha sido leer sus homilias anti-algo ni sus chorradas acerca del especialísimo vínculo entre madres e hijos que los padres jamás tendremos. No. Lo peor ha sido la sobre-exposición artística y cultural.

Antes para publicar algo se exigía un nivel. En una revista, periódico, editorial, sello discográfico o lo que sea. Ahora no, ya no hay filtro y cualquiera puede opinar sobre las vacunas, sobre el ministro griego de economía o sobre el reposicionamiento de Mercedes-Benz. No todo es relativo y hay líneas maestras que separan la mies del grano. Hay que aprender a mirar antes de querer ser mirado. Y sobre todo hay que tener un poco de sentido del ridículo.

Universalizar la cultura no es democratizar la estupidez. No es verdad que todo valga ni mucho menos que todo valga lo mismo, pero definitivamente vale la pena la parte mala si a cambio se consigue dar facilidades a la gente para crear, aunque lo que creen sea basura. Es tan importante poder crear como saber que tu nivel es discreto. Es tan importante, al grano, que la blogger de moda pueda escribir sobre los Goya como que la propia blogger sepa que no tiene ni puta idea.

Antes la gente sospechaba que eras gilipollas. Desde que eres youtuber, la duda se ha disipado. No existe un entorno tan patético como twitter, pero la culpa no es de twitter. Es de la gente, que antes hacia el ridículo en privado y ahora tiene un megáfono. La culpa no es del megáfono, pero a fuerza de bajar el nivel corremos el riesgo de convertirnos en caricaturas. Tiene razón Boyero. No es un «no» rotundo, pero probad a estar una semana sin redes sociales, tertulias de televisión, comentarios de la prensa online ni grupos de whatsapp. Yo lo he hecho. Y, creedme, vale la pena volver al criterio, al libro, a la reflexión pausada de la prensa escrita y al aislamiento intelectual (no afectivo) natural del que busca.

Si vale todo, no vale nada. Si no hay barreras, todo son barreras. Si todo importa, nada importa. Si todo es relativo, hemos perdido ante la dictadura de la vulgaridad. Y no pasa nada por ser vulgar. Lo que es un drama es no querer dejar de serlo.

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