Baltasar, el rey de Babilonia ofrecía un gran banquete para cenar. Los invitados y sus putas lo pasaban bien, comían y bebían vino directamente de las copas de oro que su padre había robado del templo de Jerusalén. Todo eran risas, diversión y anécdotas hasta que -entre el olor a fiesta y a camas deshechas- una mano apareció de la nada, frente al candelabro, para escribir entre las sombras del muro unas misteriosas palabras:
Mene, mene, Tekel, Upharsin.
Aquella noche, Baltasar salió de la cueva con las piernas por delante. (Daniel 5:1-31)
Una sala sin escapatoria y llena de artistas acaba siendo una cueva donde se exponen sombras para que cada uno mire fijamente la suya durante horas, como un espejo pero en negativo. Propondría sujetar a cada uno con una cadena por el cuello y les pondría la pena de ver su obra eternamente. Como un zoo, pero al revés. El que mira es el preso, el Narciso condenado a ver su reflejo entre barrotes, de modo eterno. Justo detrás de ellos, un pasillo, un candelabro y la entrada de la cueva. Al arte se entra, pero del arte no se sale vivo o al menos no se sale sin rectificar.
Lo malo de las cuevas es que no tienen salida. Salir por donde entraste es un ctrl+z lo mires como lo mires, es una enmienda a la totalidad, una humillación. Desandar lo andado es perder. Lo malo de las cuevas, decía, es cuando se llenan de artistas y las paredes les responden con sus propios ecos, les tiran sus gritos a la cara porque no quiere impregnarse de ellos. Es un desprecio. “Llevaos esta mierda de aquí, petulantes. Artistazos”. Hacer la cobra a un artista es elegir la vida. Escupirle a la cara es igual que rezar.
La única cueva con arte es Altamira. El ciclo pictórico allí expuesto fue realizado por hombres igual de sapiens que Vd., no vaya a creerse superior. No ha habido cambios de consideración entre sus cerebros y los vanguardistas cerebros de los artistas locales de Cuenca, Ciudad Real o Valladolid. Y a tenor de la repercusión de su obra, como artista, el sapiens cántabro saca mucha ventaja a nuestros bigotudos y nativos sapiens. En Altamira hacían arte, no hacían graffiti. Que el graffiti no es arte, lo saben todos los graffiteros. El que quiera ver el graffiti como arte urbano se está autoengañando. Ni arte, ni urbano. El graffiti es vandalismo, y por ello, por desechar el arte y por no considerarse artistas, son la vanguardia. Por ello, están fuera de las cavernas. Y eso les hace independientes. Ser independiente no es ser pobre sino no necesitar dinero. Solo hay algo más independiente que un millonario: un graffitero millonario.
Hay graffiteros y graffiteros. Hay artistas y artistas. En esta caverna, hay corrientes que son recuerdos, hay un imbécil en la puerta, hay un funcionario underground, hay un comunista y a su lado su némesis: un demócrata. Todos ellos mirando a la misma pared en la misma caverna. Esperando que alguien les dicte un slogan. Mene, mene, Tekel, Upharsin. Recordadlo, chicos, el slogan siempre acaba por llegar. Si miráis mucho la pared, dicen incluso que llega la mano a arreglarlo todo. Deus Ex Machina. El presagio es overground. Si esperáis lo suficiente, llegará la revelación que os lleve a la siguiente pantalla. Escríbelo cien veces y ten fe.
Mene, mene, Tekel, Upharsin.
Mene, mene, Tekel, Upharsin.
Mene, mene, Tekel, Upharsin
Mene, mene, Tekel, Upharsin.
Mene, mene, Tekel, Upharsin.
Mene, mene, Tekel, Upharsin
(Publicado originalmente en cottagekilns)