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Soy una mala persona: no me arrepiento de haber sido padre. Ya, ya lo sé, es algo terrible, sé que soy un monstruo, me considero un error de la naturaleza y entiendo que la sociedad me desplace por ello. Vivo un infierno, lo paso mal por ser feliz a escondidas, me tengo que callar cuando los demás hablan del infierno que atraviesan y vivo en el armario de la paternidad idílica. Pero hoy quiero dar la cara y decirlo claro: quiero a mi hija, me encanta estar con ella. Es sobrecogedor, lo sé, pero es que es aún peor: no lo cambio por otra cosa, no siento falta de libertad y no me parece algo terriblemente duro. Siento si puedo ofender a alguien por hablar tan claro y pido perdón si la crudeza de mis palabras hiere a alguien, pero ocultar la verdad es igual que mentir.

Sigo. No me siento engañado por la sociedad, ni si quiera por esa sociedad que me decía que esto iba a ser un horror, que no iba a dormir más; esa sociedad que me ha intentado vender por todos los medios a madres arrepentidas, falsas expectativas, sueños destruidos; esa sociedad que me decía que todo iba a ser horrible, que un bebé me iba a destruir el presente y el futuro; que mi calidad de vida iba a caer en picado y que nada volvería a ser lo mismo. Me siento estafado.

Pero no voy a callarme, yo me rebelo. Sé que somos pocos, sé que la nuestra es una actitud rebelde, sé que muchos aún tienen miedo de decir la verdad y dar la cara y no los culpo; pero creo que aunque seamos monstruos, no podemos seguir escondiéndonos del mainstream dominante.

Hoy doy el paso y me atrevo a decir estas palabras, por tanto tiempo sepultadas por el silencio. Aunque sean muy duras, hoy he reunido el valor. Ahí va: quiero a mi hija, no me arrepiento, mi hija me llena, solo he alcanzado el significado real de la palabra hombre siendo padre, no tengo traumas ni siento carencias y soy muy feliz.

Ya avisé: soy un bastardo sin corazón.