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En todo lector hay un escritor luchando por nacer y, por eso, no hay nada hay más peligroso que leer mucha poesía a según qué edades. El lirismo echa raíces en el alma y, cuando un día te da por escribir, puedes descubrir con sorpresa que la cadencia se te ha pegado al estilo y que ya no hay marcha atrás. Decía Julio Cortázar que “la novela gana a los puntos, mientras que el cuento debe ganar por K.O.”. El cénit de la victoria por K.O. no es el cuento sino la poesía, que debe terminar con un uppercut sin solución, con un verso final demoledor, con una coda final que te reviente por dentro y que de sentido a lo anterior que, de este modo sería solo un pretexto para llegar ahí.

Yo intento construir columnas desde el verso final y la culpa es de los sonetos. Muchas veces sé cómo termina y escribir, así, se convierte solamente en el arte de descubrir qué coño hay que poner arriba. Por eso, escribir bien columnas no es más que elegir una excusa en la actualidad para intentar “ir sumando puntos” mientras vamos conduciendo hacia el K.O. final. Bien mirado, escribir no es muy diferente a vivir.

En la poesía, el recurso fundamental es el paso del tiempo y, por ese motivo, solo hay dos temas: el amor y la muerte, valga la redundancia. En este sentido la columna actúa de modo opuesto y -frente al paso del tiempo de la poesía- la columna se asemeja más a la pervivencia eterna del momento que también persigue la pintura.

Escribir columnas, por ello, es una manera de pintar en la que obligamos al espectador a un orden concreto en su secuencia de observación. Yo quiero escribir como pintaba Piero della Francesca, haciendo eterno un momento que se nos va pero sin distracciones, a base de atmósferas, de calma, de simplicidad. Esa falta de elocuencia que comparte con Cezanne, con algo teatral en sus escenas, siempre bien dispuestas, profundas a base de luz. Ir ganando puntos…

…Y rematarlo todo con un endecasílabo que no te esperes, haciendo ver que me daba igual la eternidad del momento porque en realidad solo importa el paso del tiempo. Escribir como quiero es vencer a la muerte porque, en realidad, la única pervivencia eterna es el amor y, sin él, lo hemos perdido todo.

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