(Esta columna fue publicada originalmente el 9 de octubre de 2018 en El Norte de Castilla)

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Decía Julio Camba que la primera columna lo es todo y que luego puedes vivir de las rentas. No le falta razón, aunque yo creo que en la primera columna -como en el primer matrimonio- se corre el riesgo de tomarse las cosas demasiado en serio y enamorarse. Entono el mea culpa y un borbónico “no volverá a suceder”, aunque yo no creo que eso le pudiera suceder a Camba, que jamás se tomó demasiado en serio nada, ni siquiera a sí mismo.

Lo importante es poder mirarnos y, para ello, hemos de relativizar la importancia de arrancar columnas que descifren la realidad. La realidad, gracias a Dios, tiene las horas contadas y conviene olvidarse de ella, autoexiliarse al mundo literario y escuchar solamente a autores que no hayan coincidido con según qué cosas. Si Cervantes viviera en este Valladolid de principios de siglo y fuera columnista, se habría visto obligado a opinar de vulgaridades atroces, y es que Echenique se te pega al estilo como el olor a fritanga y hay olores de los que no se vuelve. La vida es perra y faltan bozales. Me niego a escribir pro-pane, pero más aún pro-cane.

Mi verdadera aspiración no es vivir de las rentas como Camba, sino poder escribir libre hasta el final, de modo que mi última pieza en El Norte de Castilla sea mi esquela, que como género periodístico no tiene rival. Siempre he admirado esa elegancia como de sucesión infinita de puntos suspensivos. Quizá lo verdaderamente importante no sea junto a quién vives sino a quién dedicas la página última, el texto final, cuando todo cobre sentido y podamos mirarnos a los ojos en silencio. Mientras tanto, me conformo con recorrer Valladolid este otoño que llega, algo que un vallisoletano nunca acaba de agradecer lo suficiente a la providencia.

Porque uno se cansa ya del laconismo, de los cipreses, de la austeridad y de la madre que los parió. Nuestra tierra no es eso. Nuestra tierra es una de las historias más grandes de la humanidad, una belleza abrumadora y aunque tenga problemas – ¿quién no los tiene?- es una tierra de éxito y va siendo hora de que nos lo creamos y reivindiquemos lo que somos, lo que nuestros antepasados nos han legado, nuestra importancia capital en el curso de los acontecimientos universales del pasado y nuestro papel troncal en el futuro de lo que España vaya a ser –Il Dottore mediante-.

Y cuando digo “reivindicar” no me estoy refiriendo a una manifestación de esas con consignas de chupete y sonajero. Me refiero a levantarse con la autoridad que nos da la historia y mandar a la mierda a los cipreses y al ostracismo al que nos quieren mandar. Como si se pudiera. Al ostracismo no te puede enviar otro, si se llega es por decisión propia, porque la grandeza es algo que llevas contigo, como la presidencia de la mesa, como la dignidad de las victimas, como el rencor de los fracasados. Y nosotros no lo somos.

Tampoco soy yo Julio Camba y creo firmemente que, en toda disciplina artística, la primera obra es la única obra y el resto son o intentos de repetirla o intentos de olvidarla. Veremos qué pasa porque, bien pensado, también en eso escribir se parece a amar.

 

 

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