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(Esta columna fue publicada originalmente el 16 de octubre de 2018 en El Norte de Castilla)

El viernes paseaba yo el periódico y una barra de pan por la Plaza de Santa Cruz, uno de los lugares más bellos del planeta. Cuando la belleza es tan evidente, añadir palabras puede estropearlo todo, por lo que no comentaré nada del patio del Palacio, del almohadillado de la portada, del Santísimo Cristo de la Luz -obra culmen de nuestra Semana Santa- ni, sobre todo, de la inaudita hermosura de la dueña del perro que me olisqueaba, ajeno a la estampa. Todo esto, que de por si es bello, alcanza intensidades mucho más altas para un alumno del San José, que llena cada baldosa de esa plaza de adjetivos y recuerdos. Si Castilla conociera la capilla del Sanjo, peregrinaría cada mes de marzo a ver a nuestra Virgen, en una especie de Rocío sin verja, pero con el himno del colegio.

Andaba, digo, en esta sobredosis hiperglucémica, cuando una pintada en la Casa de Colón vino a vengarse de mi y del momento. “Colón fue un violador. El genocidio continua en el neocolonialismo español”, junto a una “A” anarquista rematada con el símbolo de la mujer, que por cierto quiere simular un espejo. No se me ocurriría algo tan machista ni queriendo. Definitivamente Colón irrita el colon a algunos -pensé-, y de ahí esa deposición vertical. Eché en falta algo de inmediato y es que esa pintada pide un punto y coma a gritos. Está bien ser grafitero pero, por Dios, que estamos en Castilla, puntuemos correctamente.  Me indigné también ante ciertas ausencias, sin duda premeditadas. ¿Solo violador, genocida y neocolonialista? ¿Dónde queda la mención a su carácter heteropatriarca, cristofascista y falocéntrico?

No acabo de ver el prefijo “neo”. ¿Cómo que neocolonialista? Si hablamos de Colón y de colonialismo en la misma frase, solo podemos ser paleocolonialistas; no puede, por definición, haber colonialismo antes que Colón, que no estamos a lo que estamos. Es como hablar del neomarxismo de Marx. Ah, qué poco preparados están nuestros vándalos.

Tampoco comprendí bien el concepto de genocidio en Colón. Yo me imagino al genovés pensando en cómo atravesar el atlántico con el objetivo oculto de exterminar a unos aztecas cuya existencia desconocía y me da la risa. Luego se me vinieron a la cabeza todos los hijos mestizos de Hernán Cortés y la Malinche, Pizarro casado con la inca Quispe Sisa o el santervaseño Ponce de León unido a su mujer dominicana y pienso que como genocidas dejamos mucho que desear.

En resumen, estamos sin duda ante la obra de aficionadas -o aficionados- que han visto, en mi opinión, más crestas en testa punkie que en indígena testuz o, dicho de otro modo, que tienen en la cabeza más pájaros que plumas. No pido yo que dejen de hacer el indio y estudien el humanismo castellano, la escuela iusnaturalista o el legado que esos jesuitas de enfrente dejaron en América, pero, al menos, exijo corrección grafitera. ¿Cómo si no podemos hacer nuestro propio sacrificio Banksy? Aunque, bien pensado, podríamos mandarlos con un spray a pintar contra el machismo en la casa de Moctezuma. El sacrificio -este sí- iba a quedar precioso.

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