Ha merecido la pena ver la gala de los Goya en este 2019. Sin duda, ha merecido la pena escuchar el discurso vulgar y hosco de Arantxa Echevarría y el ladrido execrable y antisemita de Julio del Campo -espero que la fiscalía actúe de oficio- solo por poder escuchar en directo la belleza inabarcable del discurso de Jesús Vidal, premio Goya a mejor actor revelación por ‘Campeones’, de Javier Fesser.
Vidal es ciego de un ojo y tiene solo un 10% de visión en el otro, pero da igual porque la visión de su corazón -que es la única que importa- es un telescopio directo al cielo. Si algo hemos aprendido en estos años es que lo de menos es tener ojos si no se tiene mirada; que es inútil dar pupilas a quien no puede ver; si algo sabemos seguro es que la belleza que se nos muestra cada minuto no está disponible a la vista de quien no quiere ver mas que miseria, maldad y resentimiento. La mirada está en el alma, en el recuerdo, en la proyección de lo que eres. El ojo es solo el metro final en esta carrera inútil por interpretar la realidad en la que estamos todos enredados y ya les gustaría a muchos de sus compañeros, a muchos de esos que aplaudían debajo, tener la mitad de visión que él. Ya nos gustaría a todos ser tan sumamente gigantes como tú, Jesús.
Jesús no es ningún pobrecito. Pese a todo y pese a todos, es licenciado en filología y máster en periodismo. No creo que haya sido fácil. Tampoco creo que su camino en la interpretación haya sido una gran avenida llena de arboles y estatuas ecuestres. Jesús lleva años pegándose con la vida en esos escenarios de tercera de las carreteras olvidadas de León para poder actuar. Él no se ha rendido jamás ante su discapacidad y ha pagado de su bolsillo a gente que le llevara y le trajera en una furgoneta ante la imposibilidad de conducir por sí mismo para llegar a tiempo a esas funciones. No te preocupes, Jesús. Es sabido que los genios no conducen. Él no se ha manifestado -supongo- en la alfombra roja de cualquier festival exigiendo a otros que actuaran por él. Él ha cogido las riendas de su destino y las ha dirigido hacia donde otros solo sueñan.
Tú sí sabes lo que es luchar, Jesús, luchar de verdad, jugártela en serio, tener problemas de los que paralizan. Eres tú quien tiene el discurso, y no esa pandilla de ineptos (e ineptas, ahora sí) que te aplauden desde abajo, cada año con una queja distinta, cada edición con una soflama panfletaria diferente. Es evidente que no todos lo son, ni mucho menos, sería injusto tomar la parte por el todo, así que ellos mismos se encargan de dar la cara en la alfombra roja para que no nos quede ninguna duda y todos podamos saber quiénes sí y quiénes no; quiénes estropean el trabajo del resto con consignas de parvulario y progresía de sonajero y biberón y quiénes ven la gala como una oportunidad para ganar visibilidad y espectadores. Pero eres tú, Jesús, la voz del progreso. Tú eres la cara visible de los cientos de actores que sí merecen respeto y admiración. Eres tú, ¡oh capitán, mi capitán!, la cara visible del esfuerzo real y de la pasión por la cultura.
Para terminar, Jesús se dirigió a sus padres, y lo hizo con el mismo látigo con el que el otro Jesús echó a los mercaderes del templo hace veinte siglos: «A mí me gustaría tener un hijo como yo». Es una frase de la película, y se atrevió a lanzarla en el mismo atril en el que minutos antes se defendió el aborto libre, gratuito y subvencionado por todos, y que recibió el aplauso de los mismos que ahora lloraban ante el hijo valiente de unos padres heroicos, los mismos que con sus posiciones defienden que existe un derecho a través del cual la mitad del reparto no habría nacido jamás. Por eso, esa familia es el resumen del mundo: solo hay una verdad, solo hay un camino y no depende de nada. Ese camino no es otro que el del amor, el de la ternura, la compasión, el perdón, el esfuerzo, el trabajo, la voluntad y la introspección. El camino no es una alfombra roja de relativismo moral.
Termino yo como Vidal comenzó: «Señores de la Academia, han distinguido a un actor con discapacidad, no saben lo que han hecho». Pues eso. No saben lo que han hecho. Supongo que unos cuantos hoy tendrán una resaca interesante. Y si no la tienen, deberían tenerla. Quien quiera entender, que entienda.
Buenos días, José, no se si dirigirme así a tí, y espero que no te moleste el tuteo, acabo descubrir tu blog hace unos minutos, gracias a un post encabezado por una foto del Maestro Umbral, en todo caso te felicito por no ser un sectario, y también por esta maravillosa entrada. Un saludo.