Aquí los tienen: Morante y Aguado, nacionalismo hispalense, música de cal y albero, apoteosis miarmista. Aquí tienen el mano a mano con el que sueña el aficionado artista cuando, en sus noches de insomnio, se viste de trankimazín y oro. El arte, así, se hará carne y habitará entre nosotros, pero, contra todo pronóstico no tendrá lugar en el Baratillo, a los pies del Arenal, que sería su lugar natural. Tampoco en Madrid, ni en El Puerto, ni en ‘La México’, no. El cartel soñado, el encaje perfecto de sevillanismo, tendrá lugar a orillas del Pisuerga y es que, al igual que un hombre necesita a una mujer para conocerse del todo, Sevilla necesita de Valladolid para entenderse y hacerse grande. Funciona también al revés: Castilla necesita a Sevilla para que el silencio y la quietud cobren sentido, se llenen de contenido y tornen el seco mutismo en contención premeditada. Yo no he sido nunca tan vallisoletano como en la Cava de los Gitanos. Al fin y al cabo, nadie entendió a Felipe IV como Velázquez, su Miguel de Mañara es nuestro Tenorio y vallisoletanos fundaron su Hermandad de Pasión a imagen y semejanza de la nuestra. No me cuentes que no tenemos nada en común.
Quienes quieran enfrentar ambas visiones, no conocen ni a unos ni a otros. Sevilla y Valladolid no son antagonistas ni representan visiones contrapuestas. Estamos mucho más cerca de lo que algunos piensan y, por ello, me encanta la idea de que Matilla haya encontrado en el Paseo de Zorrilla el punto medio entre el barrio de San Vicente y la Puebla del Río. Aquí se siente y entiende el arte, por lo general, aunque nos empeñemos en aparentar lo contrario. También hay mucho antimorantista, que es algo que no entenderé jamás. Uno puede ser antitaurino, no pasa nada. Hace falta una sensibilidad para entender ciertas cosas y no todos la tienen. Lo que no entiendo es, siendo taurino, no ser morantista. No tiene ningún sentido, pero es cierto que determinado aficionado busca la endorfina vertical y los arrimones del ventajismo saltimbanqui. Hay gente ‘pa tó’.
Morante y Aguado simbolizan no solo dos maneras de entender la tauromaquia, sino acaso la vida. Son dos cosmovisiones diferentes: la perfección técnica de Morante frente al temple sobrehumano de Aguado; la transmisión frente a la naturalidad, la hondura frente a la profundidad, la intensidad frente a la seriedad, el terciopelo frente al ruán, el paso de palio frente al de misterio, la marisma frente a la Sevilla antigua. Son dos maneras de entender del arte y hoy veremos a José Antonio y a Pablo recitar cada uno su sevillanía, uno por Machado y otro por Bécquer, uno quitando flechas a San Sebastián y otro las penas en San Vicente. Los veremos homenajear a los seises en su danza sagrada y, sin Juan Pedro lo permite, Valladolid sacará a Sevilla a hombros. En andas, como marca nuestra tradición.
Por último, les pido que se acuerden un poco de mi, señores. Mientras ustedes disfrutan del evento artístico mas importante del año por encima del meridiano 40, yo estaré haciendo colas interminables junto a Mickey y Pluto en Disneyland Paris. Uno, en un arrebato de previsión, eligió esta fecha para salir de la ciudad. Como ven, no hay «un poco de arte y cuarto y mitad de genio»: hay arte y genio y es todo, TODO el arte y todo el genio. Vistan, por lo tanto, su mejor camisa blanca, que el día promete. Y si salen a hombros avísenme, que hoy quemamos Mont Parnasse.
(Esta columna fue publicada originalmente el 11 de septiembre de 2019 en El Norte de Castilla. Disponible aquí)