rivera

Lo primero que le dijo Rivera a Sánchez en la fallida ronda para formar gobierno fue: “Pedro, te voy a hacer la vida imposible”. Cuando me contaron la escena pensé que al aspecto chabacano y grosero habitual de Albert le pegaba perfectamente un aroma a carajillo y un palillo en la boca. Sánchez no es santo de mi devoción -creo que ya ha quedado claro-, pero, si soy yo, en ese momento echo a Rivera de La Moncloa. Pero ¿cómo que vas a hacer la vida imposible al presidente del gobierno, aunque sea en funciones? ¿Qué te crees que es la política, Albert? ¿Es esta tu manera de ponerte al servicio del país? ¿Es esta tu visión del interés de estado y de la colaboración, más allá de la lógica confrontación parlamentaria? ¿Sabes quienes fueron Cánovas, Azaña o Sagasta? ¿Has escuchado a Herrero de Miñón? ¿Has leído a Solé Tura o a Calvo Sotelo? De hecho, ¿has leído algo más allá de la vulgaridad esa de la banda y del botín que te han escrito? ¿Es esta tu visión de la oposición leal? ¿Hasta qué punto ha llegado la degradación de la política española para que puedas hablar así al presidente del gobierno del Reino de España, por muy mal que te caiga personalmente, sin que se te caiga la cara de vergüenza y acto seguido presentes tu dimisión? ¿Quién te crees que eres para, a partir de ese día, no volver a Moncloa cuando se te cita? ¿Piensas que estas nominando para abandonar la casa de Gran Hermano? ¿Qué es lo próximo: amenazar con la vida mártir, como Omar Montes?

A ver, Albert: cuando te cita el presidente del gobierno, tú vas. Te guste o no. Y cuando hablas con Sánchez no estás hablando con un personaje irreal ni estás en la barra de un bar de la Barceloneta hablando con una persona más, que te puede caer mejor o peor. Intenta olvidar incluso que él habló a Rajoy del mismo modo acusándolo de indecente en un plató. Cuando hablas a Sánchez en Moncloa en una ronda de contactos para intentar formar gobierno estás hablando a la democracia española, al sistema, al orden constitucional. Estás hablando a todos los españoles, a los que le han votado y a los que ni lo hemos hecho ni lo haremos.

En el New College de Oxford se puede leer ‘Manners makyth man’, es decir, ‘los modales hacen a la persona’. No es la cuna, el apellido o el dinero lo que define a un hombre. Tampoco es su posición en un momento dado, sino su comportamiento con los demás y más aún cuando eres político y esos ‘demás’ son las instituciones del estado. Por si fuera poco, unos días después llegó Marcos de Quinto a rematar la jugada diciendo que «Pedro Sánchez es un gran mentiroso y un poco inútil». Así, sin vaselina. No, esto no son formas. Esto no es Coca-Cola. Ni Sálvame. Alguien debería haberos enseñado que hay que extremar los modales porque son esos modales los que hacen al ser humano; la educación forja a la persona y nos libra del salvajismo. La maldad se reboza en el estiércol. Y más en la vida política.

Una amiga y gran escritora, Esperanza Ruiz Adsuar, me dijo que “se empieza vistiendo como un futbolista en su día libre y se acaba con el alma vacía”, como refrendo al estamento filosófico de que la estética tiene siempre una repercusión ética. Pues bien, Albert, no te pediré yo ni ética ni estética, pero creo que es exigible educación, talla personal y, como colofón, dejar de tapar las pésimas previsiones electorales con retruécanos de ultima hora porque o mucho cambian las cosas o me temo que ‘la vida imposible’ te la van a hacer a ti los tuyos a partir del 10N.

(Esta columna se publicó originalmente el 17 de septiembre de 2019 en El Norte de Castilla. Disponible aquí)

 

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