El modelo depredador-presa formulado por Lotka-Volterra se utiliza para el modelado de una población de depredadores y otra de presas que interactúan en un mismo hábitat. Cuando el número de presas es numeroso, los depredadores encuentran abundante alimento, por lo que se fortalecen e incrementan su número, disminuyendo, como consecuencia, el número de presas. Pero, como consecuencia, al reducirse la población de presas, la población de depredadores pasa hambre, lo que desencadena que el número de depredadores comience a descender y, por lo tanto, paradójicamente se incremente de nuevo el número de presas.
Nicholson-Bailey desarrollaron posteriormente su modelo para describir una dinámica similar a la de depredador-presa: la de parásitos-anfitriones. Asume que el parásito crece gracias al anfitrión en el que vive, pero inhibe su crecimiento, por lo que, a larga, sale perjudicado de un modo similar al de los depredadores. Nicholson-Bailey y Lotka-Volterra vienen a decir lo mismo. Sin embargo, hay una diferencia: mientras que el depredador consume total e inmediatamente a la presa, el parásito hace un consumo parcial y prolongado del anfitrión del cual toma sus recursos. Es algo progresivo, lento, disciplinado.
Kermack–McKendrick modelaron una hipótesis a través de la cual fueron capaces de predecir el número de casos y la distribución de los mismos en el entorno de una enfermedad infecciosa, como pudiera ser el coronavirus. De modo similar a los casos anteriores, podemos decir que el éxito del coronavirus supondría, a la larga, su propio fin. Si gana la partida y nos mata, paradójicamente, muere con nosotros al no tener hábitat en el que desarrollarse. El virus, como el depredador y el parásito, no parece muy listo, pero no puede hacer otra cosa: lleva la ambición desmedida en el ADN, están diseñados para eso.
El modelo Sánchez-Iglesias es corolario de los anteriores. Está diseñado para lo mismo y, por lo tanto, continúa con la idea anterior, la cual no repetiré porque ha quedado suficientemente clara. Bien está: este populismo cleptócrata representa algo ontológicamente opuesto a la capacidad de creación y, por ello, la única posibilidad que tiene de sobrevivir pasa por obtener sus recursos del pringao de turno, de usted y de mi, de ese creador al que acaban matando, del talento ajeno al que hay que exprimir, sacándole la sangre y, finalmente, muriendo ellos en el éxito del desangramiento.
El progreso era una metáfora perversa.
Un desarrollo esclarecedor Margarito; pero si bien las premisas son irrefutables para sus ámbitos, hay una condicionante para nuestro caso particular, somos españoles.
Es indudable que nuestros actuales parásitos, verán mermadas sus provisiones de huéspedes, ya que algunos, eran presas sobrevenidas por infecciones anteriores de otras cepas; estos, a qué dudarlo, huirán de la sartén para caer en el fuego, para confirmar que la historia es un ajo frito en aceite de palma.
Los acólitos verdaderos en cambio, esos que patrimonializan la mitad de nuestros odios nacionales, huirán hacia adelante, montados en las más insólitas cabalgaduras: esperar pacientes a que la calma lograda tras su deserción, exija nuevas batallas ebrias de olvido y ambiciones autoproclamadas progresistas.
Somos españoles, y por tanto, nos odiamos; nuestras cuentas pendientes, nunca serán saldadas.
«Una de las dos españas, ha de helarnos el corazón». A.M.