Carlos Fernández ha vencido al coronavirus. Es un hombre invidente, aunque, si no te fijas mucho, es posible que no te des cuenta. Pero esa es la realidad, hace ya muchos años que los ojos oscuros de Carlos dejaron de ver el mundo y sus formas. No lleva bastón y nunca ha querido llevar perro, dice que prefiere dejárselo a otros. Carlos es un tipo generoso y, pese a su ceguera, camina diariamente desde su casa de La Rubia hasta la ONCE, en la calle Muro. Son su segunda familia. Es un camino largo, pero a él le hace feliz pasearlo una vez tras otra. A sus 75 años lo ha recorrido miles de veces y podría dibujar los planos mejor que cualquiera de nosotros. La mejor cartografía es la que nace del recuerdo, aquella capaz de levantar un mapa sin esquinas, pero repleto de olores y plagado de sonidos. Es capaz de percibir la humedad del Campo Grande, el aroma del viento corriendo en cada cruce o cómo cambia el ruido del tráfico a partir del Matadero. Solo una raíz traicionera o un adoquín mal puesto pueden darle un disgusto. Y eso ya casi nunca pasa. (Click aquí para leer el reportaje entero).
Este reportaje se publicó originalmente en El Norte de Castilla el sábado 2 de mayo de 2020.