Ayer vimos cómo LeBron James, la estrella de Los Angeles Lakers, celebraba su victoria frente a los Dallas Mavericks con un Vega Sicilia Único de 2006, que vale unos 500 pavos en Pucela y que en California andará por el doble, porque allí son doce horas más ricos. En la Ribera de Los Ángeles, al igual que en la del Duero, brindar con champán tiene algo de macarra, como de ruso que ha ganado una carrera de coches. Las verdaderas estrellas y los que echan carreras, pero de caballos, brindan con vino de Valladolid. 

Que LeBron se ventile un ‘Único’ al final de un partido viene a ser, al cambio, como cuando las ancianas de mi barrio se piden un corto con gas a la salida de misa de una. Pero eso era cuando las ancianas iban al bar, claro. O a misa. Ahora solo van al ambulatorio a por su tapita de Pfizer con churros. Para cuando les den turno, tienen elegida ya hasta la ropa. Y con la segunda dosis, Vega Sicilia, como LeBron, en la fiesta de la inmunidad. Inmunidad, qué bonito nombre tienes.

LeBron cobra 153.312.846 dólares cada cuatro años, es decir, 38 millones por temporada, 467.000 dólares por partido, 117.000 dólares por cuarto –de partido, no de lechazo–, 9.700 dólares por minuto y 162 dólares por segundo. Vamos, que se puede beber un Vega Sicilia cada tres segundos, los mismos que usted o yo tardamos en abrir una cerveza de Mercadona. Y, claro, pudiendo ventilarse un Vega un lunes cualquiera, ¿quién bebería otra cosa? ¿Qué haría usted? Yo, desde luego, lo mismo. Para la próxima que avise, que beberse un Vega Sicilia solo es como aquello que decía Dominguín de Ava Gardner. Quizá, por eso, no pudo resistir la tentación de publicarlo en Instagram con la leyenda ‘IYKYK’, que sería algo así como ‘If you Know, you know’, es decir, ‘Si sabes, sabes’, aunque yo le hubiera recomendado mejor ‘El que sabe, sabe’. Y, para ser totalmente vallisoletano, rematar con ‘Y el que no, a Fasa. Pelele’, así, con el insulto local como colofón, que te llena la boca con la oclusiva. Y luego un leísmo por ahí perdido, para darle vidilla mesetaria. Pero no le falta razón. Si sabes, sabes. Y, sobre todo, si puedes, puedes. Y si no sabes, o no puedes, pues Valdepeñas con Casera, el morro morado y el futuro triste.

En fin, que LeBron lleva el Duero a Napa y Castilla a California, valga la redundancia. Recuerdo un día en San Francisco que me asombré por el hecho de que allí el tranvía estuviera rotulado en inglés y en castellano cuando en Lérida por eso mismo te fusilan. «Fíjate, lo ponen en castellano para que lo entiendan también los inmigrantes», dije a mi acompañante. Un señor muy amable me oyó y se acercó a recordarme que no es así, que el idioma de California es el castellano y que «si lo ponemos también en inglés es para que lo entiendan los inmigrantes, que aquí en California, siempre serán los yankees. Mi familia lleva aquí trescientos años ¿Cómo voy a ser yo un inmigrante en mi propia tierra, caballero»?

Nos falta perspectiva. Un español que quiera conocer la magnitud de España, debe conocer América. Y un vallisoletano que quiera conocer la Ribera del Duero debe cascarse un Vega Sicilia, como LeBron, aunque sea una vez en la vida. En su mano, la botella parece un Benjamín. En otras, quizá parezca un magnum. LeBron ha bebido bien anoche y en el corazón del imperio nos alegramos. El año que viene, a pisar uva a Valbuena. Cuando descubra el precio de bodega, quizá suplique una oportunidad a Ronaldo.

(Esta columna se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 29 de diciembre de 2021. Disponible haciendo clic aquí).

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