Cuadro sobre la muerte de Padilla, Bravo y Maldonado de Antonio Gisbert.
Cuadro sobre la muerte de Padilla, Bravo y Maldonado de Antonio Gisbert.

Los mitos crecen en la distancia. En las cercanías solo crecen los trenes y la barba y, en función de cuánto te acerques, puede que ni si quiera eso, es posible hasta que te toque bizquear para enfocar, como uno de esos miopes achinados que acaban sonriendo al destino sin pretenderlo. Todo es un problema de enfoque, por eso, el arte está siempre cerca del dinero y del poder. Bizqueando. Y viceversa, porque, la historia del arte es, en realidad, la historia de la propaganda, de la comunicación persuasiva, de la venta de una idea, ya sea esta idea Roma, la Iglesia Católica o una mujer con un pecho al aire guiando a Francia hacia la barbarie. Da igual, hasta la creación de los medios de comunicación de masas, el arte ocupa ese lugar simbólico, es el conducto a través del cual el mecenas utiliza la habilidad del artesano para fijar imágenes simbólicas en el pueblo. Da igual Miguel Ángel que Velázquez que Gabarrón (uf): se trata de estar cerca de los círculos de poder, como las rémoras están cerca de los tiburones. Me parece legítimo. Lo que no tengo claro es quién es la rémora y quién el tiburón en esta fábula. Despeje el lector la equis.

El primer pintor contemporáneo es Goya. Hasta él, no existe el concepto de creación plástica como vehículo de auto disfrute, para uno mismo, como medio de expresión puro, sin encargos ni objetivos económicos de por medio. Sin propaganda. Aunque, ahora que lo pienso, puede que un hombre –o una mujer– en Altamira se adelantara unos cuantos siglos al sordo de Fuendetodos en lo que sería el primer grafiti de la historia. Que el grafiti no es arte, lo saben todos los grafiteros, sobre todo los paleolíticos. El que quiera ver el grafiti como arte urbano se está autoengañando. El grafiti es vandalismo, y por ello, por desechar el arte y por no considerarse artistas, son vanguardia y están fuera de las cavernas, lo cual les hace verdaderamente independientes. Porque cabe recordar que ser independiente no es ser pobre sino no necesitar dinero. Por eso, solo hay algo más independiente que un millonario: un millonario grafitero.

A lo que vamos. Antonio Gisbert Pérez, que posteriormente sería director del Museo del Prado, pinta en 1860 su celebrada obra ‘Los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo’. Una obra bien ejecutada y puramente propagandística creada con el único objetivo de ser expuesta en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1860 y hacerse con medalla de oro, es decir, de conseguir pasta de los liberales del gobierno de Isabel II para usarlo como propaganda anti absolutista. «Nihil novum sub sole». Lo de la medalla de honor no pudo ser –jurado conservador, es decir, misma propaganda, distinto sentido– pero el revuelo que se levantó es de tal calibre que logra que el Congreso de los Diputados lo adquiera. Y allí sigue, en la Galería de Retratos. Por cierto, no es la única obra dedicada a los comuneros en la Carrera de San Jerónimo. En el mismo Salón de Sesiones, en un lugar de suma importancia a la derecha del presidente, se encuentra una lápida con los nombres de los líderes comuneros. Debe ser para que no se les olviden, por desuso, a nuestros 31 diputados, que deberían ir a esa lápida con una escalera y plantarse allí como Jeremías en el Muro de las Lamentaciones. Mejor aún, a darse un coscorrón, como en el Pórtico de la Gloria.

A raíz del éxito de Gisbert, surgen otras obras de la misma temática en la década de 1860. El color del dinero, ya saben. Entre ellas, las dedicadas a la ‘Leona de Castilla’: ‘Doña María Pacheco logra salir disfrazada de la ciudad de Toledo, merced a la generosidad de Gutierre López de Padilla’, de Domínguez Sánchez; ‘Doña María Pacheco recibe la noticia de la muerte de su esposo Juan de Padilla’, de Maureta y Aracil, o ‘Doña María Pacheco en la defensa de Toledo’, de Rica y Almarca.

Litografías

Empiezan a nacer litografías como setas, repitiendo temática, al albur del éxito y la moda. De la pasta. Especialmente reseñables la expuesta en la Biblioteca Nacional, de Llanta y Guerín o la realizada a partir del dibujo de Múgica y Pérez, hoy en el Museo de Historia de Madrid de la calle Fuencarral. Lo mismo sucede con otras obras como ‘Doña María Pacheco recibiendo la carta de despedida de su esposo Padilla prisionero en Villalar’, de Commelerán y Gómez o ‘María Pacheco de Padilla después de Villalar’, de Borràs i Mompó, adquirido por el Museo del Prado y hoy en día la Universidad de Barcelona, donde supongo que estas cosas mesetarias se verán con el mismo exotismo con en el que en Valladolid vemos la obra de Gauguin. El bache de ADN, ya saben. Similar caso es el de ‘Salida de los comuneros de Valladolid’, de Joan Planella, que se prestó al Ayuntamiento de Barcelona y que tras un siglo en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad Condal actualmente se encuentra en los almacenes de El Prado, olvidado, como los propios comuneros. De la misma época, se pueden reseñar dos obras más, una de Andrés Jiménez y otra de Sánchez Santarén, esta última colgada hoy en el Ayuntamiento de Valladolid. 

Imagen de la República donde la franja morada de la bandera tricolor pretendía simbolizar el color del pendón que los comuneros y lápida que recuerda a los revolucionarios como Beneméritos de la Patria en el Congreso de los Diputados.
Imagen de la República donde la franja morada de la bandera tricolor pretendía simbolizar el color del pendón que los comuneros y lápida que recuerda a los revolucionarios como Beneméritos de la Patria en el Congreso de los Diputados.

En el siglo XX el tema pierde importancia, aunque se crean algunas otras obras que se omiten por su relevancia relativa y por no convertir este texto en un glosario interminable. Pero hay otra obra del siglo XX atribuible y no es otra que el morado de la bandera de la II República que, si bien no es arte, es indudablemente un icono. Y es que ese morado es un homenaje a Castilla, según el decreto que regulaba en 1931 el uso de la bandera tricolor y que busca reconocer al pueblo de Castilla como parte fundamental del nuevo estado. «Se conservan los dos colores y se le añade un tercero, que la tradición admite por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad, con lo que el emblema de la República, así formado, resume más acertadamente la armonía de una gran España». Es decir, el morado de Castilla para una España muy castellana. Quizá los que hoy defienden esa bandera tricolor deberían saber lo que defienden. «Nervio de la nacionalidad», dice. A ver si los republicanos van a ser en realidad fachas y ellos sin saberlo…

En cuanto a arte contemporáneo, muy interesante el proyecto ‘Insurrecta’, del segoviano Gonzalo Borondo, que conmemora brillantemente la Revolución Comunera a través de 32 vallas publicitarias ubicadas a lo largo de la ciudad de Ronquillo. Y, cómo no, la música, nuestros adorados Nuevo Mester de Juglaría y Candeal en cuanto a música tradicional, esa versión rock de ‘Canto de Esperanza por Castilla’ de los extintos Imperativo Legal o la ópera recién creada para el V Centenario y que veremos estrenar en unos meses. Eso si a alguien no se le ocurre por el camino obviar la celebración y limitarlo todo a un corro de manos unidas por la paz, el consenso y la plurinacionalidad de la sinergia y la resiliencia digital, no se vaya a molestar alguien en Moncloa. Y, sobre todo, no se vayan a enterar los castellanos de su historia y se levanten de una vez. Ya conocen la profecía: «Si los pinares ardieron, aun queda el encinar». Esperamos que no tarde cinco siglos.

(Este texto se publicó originalmente en el ESPECIAL V CENTENARIO DE LOS COMUNEROS, de El Norte de Castilla, el 31 de enero de 2021. Disponible haciendo clic aquí).

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