
Gabilondo comenzó la campaña como empiezo yo todos los fines de semana, con la promesa de no volver a hacer lo del sábado anterior, portarme bien, hacer deporte, cortarme el pelo, pasear con ABC y una barra de pan bajo el brazo, dar de comer a los patos, visitar el mercado de mi barrio y disfrutar de la comida sana en un maravilloso pueblo con pasado románico. Pero la termina como termino yo los domingos: agazapado bajo de la mesa de la habitación, borrando mensajes, preguntándome quién me mandaría a mi meterme en aquel sitio y jurando no volver a hacerlo jamás.
Hace un par de semanas, Gabilondo se presentaba como un tipo soso, serio y formal, como un tecnócrata moderado, alejado del populismo y de esa comunicación postmoderna que se empeña en tratar a los votantes como idiotas. Vamos, que quería ser Rajoy. Pero ha resultado ser una especie de Ciprià Ciscar alertándonos de que la derecha era un dóberman rabioso con las fauces afiladas como una navaja de El Escorial. Ese tipo resolutivo, práctico y alejado del dogma se miró entonces al espejo y decidió mandar a la mierda el disfraz de marianista, se puso pendientes y tatuajes, levantó el puño, cogió una litrona y un spray y salió a llenar Madrid de pintadas antifascistas, sin entender que, en realidad, está llamando fascista a medio Madrid y blanqueando a sus rivales, que no son los votantes de Ayuso sino los de Iglesias y Errejón. Pasó así de las musas al teatro, o de la metafísica al nihilismo, que es su opuesto, ya que nada puede estar fuera del ser. Nada excepto la realidad. O sea, Iglesias.
Gabilondo comenzó prometiendo que «con ese Iglesias, no» para terminar tirándose a sus brazos, a la sanchista manera. Y claro, pasa lo que pasa, que ya se huele el ‘sorpasso’ de Más Madrid, que son los verdaderos maestros en esto de poner una vela a Dios y otra al diablo, o una vela al capitalismo más pijo y otra al socialguardiolismo de hummus y quinoa.
Esto es lo que pasa cuando uno se junta con malas compañías. La manzana no cae nunca lejos del árbol y cuando uno le da la mano a Iglesias le sucede lo mismo que al resto del PSOE, que no hay vuelta atrás, que la manzana podrida lo pudre todo, que el populismo te lleva a sus terrenos, a los terrenos del manso, y, allí no hay tecnocracia, posibilismo ni mejora de las condiciones de los débiles sino guerracivilismo, basura, rencor, demagogia y cornadas a traición. Lo contrario del fascismo no es el antifascismo sino la democracia liberal. Lo contrario de Iglesias es el progreso y lo contrario de la metafísica es Jorge Javier. Ya te lo explicará con calma Leguina. Me da que vas a tener tiempo.
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 27 de abril de 2021. Disponible haciendo clic aquí).