Una ardilla se ha escapado del Campo Grande y se ha hecho daño en una pata. En este momento el animal se encuentra en el Centro de Recuperación de Animales Silvestres que la Junta tiene en la Cañada Real de Valladolid, donde se la está observando y tratando. No conozco el sexo de la criatura, pero he decidido que es un macho, un macho mayor y débil, llamémosle por ejemplo Juan Carlos.

Para que todo esto haya podido suceder, para que Juan Carlos esté en buenas manos y tenga alguna posibilidad de sobrevivir, unos vecinos han tenido que percatarse de la existencia de un roedor en problemas en pleno Paseo de Zorrilla, sensibilizarse ante el hecho, disponer de tiempo, tener un móvil, pagar una tarifa, usarlo para llamar a la Policía, personarse dos agentes en un coche patrulla en la zona del incidente, valorar la situación, tomar declaración a los vecinos y trasladar al animal al Centro ya mencionado. Previamente hemos necesitado pagar a todo un Cuerpo de Policía Municipal, dotarles de un vehículo con sus respectivas revisiones, seguros, gasolina, aceite y cambios de rueda. Antes de ello, esos funcionarios han tenido que superar una oposición cuya preparación requiere bastante tiempo, es decir, dinero. Y vocación. También ha sido necesario que los presupuestos de la comunidad doten de suficientes fondos a la Fundación Patrimonio Natural, dueña y gestora del Centro, que esta decidiera que era buena idea dedicarse a los animales silvestres en problemas, que buscara un lugar para radicarse, lo adecuara, pagara veterinarios, cuidadores, comida, medicinas y supongo que quirófanos, jaulas y lechos más o menos dignos. 

También ha sido necesario mantener un lugar como es el Campo Grande como hábitat perfecto para las ardillas, que el ayuntamiento dedique casi cinco millones de euros al año al cuidado y mantenimiento de parques y jardines, con sus respectivos materiales, personal, jardineros, limpiadores y no sé si paisajistas, porque la cosa es que lo hacen muy bien. Y que Miguel Íscar decidiera, en su momento, construir en el Campo de Marte un jardín romántico tan del gusto de la época, que todas las corporaciones lo hayan sabido mantener y legar a las siguientes generaciones, que León de la Riva decidiera un buen día que las ardillas eran seres adorables y que a los niños vallisoletanos les encantaría darles de comer como hacen los neoyorquinos en Central Park cuando nieva en las películas americanas, con sus gorros de renos, su patinaje sobre hielo en el Rockefeller Center y sus villancicos de Michael Bublé. Esto desde el punto de vista estrictamente humano, porque también ha sido necesario que todos los ancestros de Juan Carlos, antes de reproducirse, hayan sobrevivido al frío, al hambre, al ser humano y a las aves rapaces, porque si no por mucho entorno y mucho Miguel Íscar, iba a dar igual, nuestro querido Juan Carlos no habría llegado a nacer.

Sobre todo ha sido necesario que los vallisoletanos nos matemos a trabajar cada día para poder pagar impuestos y tasas con las cuales el Ayuntamiento y la Junta puedan dotar de fondos a todo lo anterior. Es decir, ha sido necesario un dispositivo ingente de personas capaces, dispuestas, trabajadoras y sensibles desde un horizonte temporal inabarcable, muchísimo dinero, mucho esfuerzo y mucha sensibilidad solamente para que hoy podamos intentar salvar la vida de Juan Carlos. Cuento esto hoy para recordar que, mientras todo esto sucede, en Marruecos tiran los niños al mar.

(Esta columna se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 20 de mayo de 2021. Disponible haciendo clic aquí).

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