«Oh, el Cielo. La feroz tiranía del Cielo. 

Como si sobre Auschwitz y el Gulag no hubiera habido Cielo». 

(Arcadi Espada)

Con estas palabras, termina el texto ‘Creencias’, publicado por Arcadi Espada en ‘El Mundo’ el pasado 14 de noviembre. El texto completo es un largo reproche hacia la ‘instrucción moral’ que subyace en el duelo público que, a través de una carta, muestran los padres de la niña María, atropellada y muerta por accidente hace unos días a la salida de su colegio en Montealto.

Así, donde unos padres intentan liberar de la culpa a la autora material del atropello de su hija, Arcadi cree ver el agradecimiento de unos progenitores a un dios (sic) criminal. Y donde dos personas rotas imaginan a su hija feliz junto a Dios, él detecta el agradecimiento ante un sacrificio para un bien mayor.

Y como no le gusta esa ‘instrucción moral’, que más adelante tilda de «patraña», se postula con el derecho de proponer otra instrucción alternativa. Obviemos el mal gusto y la falta de oportunidad y centrémonos en la ‘instrucción moral’ que Arcadi propone a dos padres que acaban de perder a una hija. Y esta es que debemos volver a lo real, salir de la obediencia a la ficción, llorar la ruina de la objetividad y defender la jerarquía de la razón y la sabiduría sobre la creencia y el sentimiento. Luego interpreta que de lo contrario se estaría «despreciando al creyente de rostro humano que, arrodillado ante la hija, levanta los ojos e insulta a su dios (sic) con la última fuerza que le queda». 

Uno lleva leyendo a Arcadi los suficientes años como para saber que, en el caso de que eso último hubiera sucedido, los habría criticado sin piedad por macarras, trogloditas, folclóricas y débiles emocionales para pasar a ensalzar lo contrario, es decir, la muestra de humanidad, generosidad y contención de los padres que ahora critica.

Arcadi es muy libre de hacer esas consideraciones, por supuesto. Para los que tenemos fe es muy difícil explicarla y, desde luego, no voy a hacerlo. También es muy sencillo caer en cierto supremacismo, ya se sabe, eso de que la fe es un don (Efesios 2:8) que supuestamente no todos tienen. Nunca lo he creído así, el don no es la fe sino la Gracia, pero este es otro tema, muy complejo hasta para Arcadi. No digamos ya para mí.

Lo que me preocupa más es que oponga fe a razón y no a vacío, como cuando se opone muerte digna a muerte indigna en lugar de a vida. En mi opinión, la fe no se debe contraponer a cerebro sino a las limitaciones que a este le son propias. Es decir, la Verdad es la que es, diga lo que diga Arcadi. Esa Verdad es un conjunto de realidades no solo físicas que nuestro cerebro apenas puede comprender. Por eso, la fe es parte de la interpretación que el ser humano hace de su propia existencia. El concepto de una deidad, de un absoluto que nos trasciende, surge de tomar conciencia de nuestra propia limitación y de encararla de modo positivo, es decir de la mayor racionalidad posible. La creencia en el infinito, incluso la creencia matemática, es creencia en Dios, porque es lo mismo: aquello que existe más allá de nuestros límites y que no sabemos probar con números ni nombrar con letras, pero que intuimos, unos con más luz (esos padres) y otros con más sombras (el resto).

No creer es respetable, pero la beligerancia hacia la sabiduría que intuyen en su sangre unos padres rotos y no menos inteligentes que Arcadi Espada, es inhumana. Voy más allá: la militancia anti-Dios es algo cavernícola y no trae luz sino tiniebla y oscuridad medieval. Negar a Dios es una opción personal, pero combatir la fe de unos padres no libera, sino que condena, te atrapa en tus límites, en tus prejuicios. Negar a Dios en nombre de la razón es como ser nacionalista, pero de tu propio cuerpo, es decir, negar la espiritualidad que nos hace humanos para encerrarte en tus fronteras físicas. Estoy hablando de espiritualidad, de trascendencia, de infinito, de amor, no de una religión concreta. 

Creer en Dios, en un Dios, en una idea de Dios, en una idea del bien, en un final feliz, implica ser humilde y saber que no todo acaba contigo. Esa creencia lleva a esos padres a vivir con alegría, con luz y con una paz interior que viene directamente del optimismo que da el hecho de sentirse queridos. Creer en Dios es creer en los demás, es creer en ti mismo y es creer en tu papel en el mundo. Creer es trascender. Se puede trascender a través de Dios y a través de sus manifestaciones: el arte, la ciencia, la belleza, el sexo, la filosofía y, sobre todo, a través de tu obra vital, consagrada. Porque el Dios de Arcadi (dios) es un mito del lenguaje. Yo tampoco creo en el Dios en el que él no no cree, en ese señor con barbas que lanza rayos. La diferencia es que me temo que Dios es solo una manera de llamar a lo que ves cuando cierras los ojos.

Pero hay otra ‘instrucción moral’. La mía a Arcadi. Cuando dice: «Oh, el Cielo. La feroz tiranía del Cielo. Como si sobre Auschwitz y el Gulag no hubiera habido Cielo», hay que oponer que el razonamiento es justo el contrario del que propone. Auschwitz y el Gulag no fueron posibles a pesar de un Cielo, sino porque algunos pensaron, como Arcadi, que por encima de ellos no había nada. Es decir, especialmente en Auschwitz, en el Gulag o en Montealto lo que había encima era el cielo. Y la mayor diferencia entre los que murieron en Auschwitz y sus verdugos fue la fe de unos y la ausencia de fe que, como Arcadi, tenían los supremacistas intelectuales que lo gestionaron.

Como dice Bunbury, «más alto que nosotros solo el cielo». Pero más alto que el cielo, me temo que solo tú, Arcadi.

(Este texto se publicó originalmente en ABC el 16 de noviembre de 2021. Disponible haciendo clic aquí).