Quiso el destino que el taxi que me llevó a Chamartín apestara a 1982 y tuviera puesto un viejo disco de Ilegales. Mientras caía Kiev, Jorge Martínez sonaba como el profeta Baruc: «Tiempos nuevos, tiempos salvajes. Coge un arma, nadie regala nada. No hay nada sin lucha, ni aire que respirar. No eres un juguete. No voy a luchar por ti». Supongo que ver a un macarra lanzando consignas violentas a los niños resulta hoy poco digital y nada resiliente, pero los ochenta eran así, había un muro, explotaban coches bombas en San Sebastián y llovía siempre. Nosotros crecimos conviviendo con un miedo relativo y aprendimos rápido que la vida no era un ‘paper’ de Más Madrid. Mi padre nunca tuvo tiempo de venir a verme a ninguna obra del colegio. De hecho, ni siquiera me suena que hubiera. De cualquier modo, tampoco habría venido: por entonces los padres se limitaban a trabajar y a fumar ‘Lucky’, ambas cosas de modo desproporcionado. Los niños no solo no lloriqueábamos, sino que estábamos agradecidos. Cada noche les robábamos un beso. Y, cada mañana, el tabaco.

Hoy todo ha cambiado y es posible que, si no vas a un partido de fútbol del chaval, le nazcan varios traumas. Y, desde luego, si el fiscal te pilla con Ilegales delante de él, despídete de la custodia. Pero qué bien sienta ver a alguien recordarles que «no son un juguete», que se respeten, que saquen la dignidad y sean conscientes de que estamos rodeados de gente malvada. Vivir sin depredadores cerca, sin catástrofes naturales, sin vecinos que quieran matarte y con un chorro de agua potable que sale del grifo como un manantial es una anomalía. Punto. Putin viene para recordárnoslo: «No solo es que el mal exista, es que soy yo». Está bien que los niños asistan a esta experiencia inmersiva y entiendan que el compromiso no está en escribir versos cursis en el asfalto de Madrid sino en la cartera y en el puño, es decir, en crear valor y saber defenderlo en un mundo repleto de hijos de Putin.

Si algo me molesta es la moralina sensiblona, el coma diabético y las lagrimitas afectadas de gente que está descubriendo en directo que en el mundo hay guerras y que el fuerte gana al débil. Si algo me toca las narices es escuchar a esos que se indignan porque nadie hace nada, pero pasan el sábado entre margaritas, benzodiacepinas y maratón de Netflix. Lo tienen fácil: en lugar de mandar a morir a nuestro ejercito en Rusia para que ellos se sientan bien, que cojan un arma y se vayan a defender Kiev. En lugar de criticar a la OTAN desde el sofá, que se despidan de sus hijos y vayan a defender nuestros intereses a las puertas de Chernóbil.

Es posible que el mundo haya cambiado, que necesitemos prescindir de pijadas para incrementar el gasto militar e incluso que nos toque defender Ceuta y Melilla con nuestras manos. Yo tengo claro de qué va esto y sé sufrir. Pero algo me dice que vamos a tener que explicar muchas cosas a los pequeños. Pues bien, empecemos por el principio: «Levántate y lucha. Esta es tu pelea».

(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 28 de febrero de 2022. Disponible haciendo clic aquí).

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