Asistimos estos días al inicio del 15M de la derecha. Es igual que el otro, pero cambiando la bandera del ‘Che’ por la de España. Repiten las mismas consignas de parvulario, los mismos sonidos de sonajero e idénticas simplificaciones de chupete y biberón. Y cuando digo que son de derechas, digo que creen serlo. No lo son, la derecha es otra cosa, aunque tampoco sabemos ya muy bien qué. Hay al menos tres: una liberal, capitalista y defensora de sus intereses; otra reaccionaria, enemiga del progreso y de la libertad y otra tercera desideologizada, tecnocrática y tendente a la gestión. No tienen nada que ver y, de hecho, son incompatibles. Que eventualmente lleguen a acuerdos no debe despistarnos: también lo hacen socialdemócratas y comunistas y son enemigos viscerales. 

Pero sí que sabemos que la derecha no es esto: gente que exige ayudas y subvenciones como socialistas, que lo hace a través de piquetes como sindicalistas y que cree, como la izquierda, que la culpa siempre es de otro y la solución pasa por los demás. Resulta que todos son de izquierdas cuando les va mal porque, en realidad, todos los populismos son el mismo, todos son izquierda, izquierda clásica, izquierda de megáfono y victimismo. Por eso, que la izquierda pierda la calle, es imposible. No se dan cuenta de que lo que hay en la calle es izquierda, una izquierda que lleva banderas de España, que va a misa, a los toros, que caza y que piensa que, solo por eso, ya es derecha. 

Y lo peor es que no lo piensan solo ellos, también la izquierda piensa que su gente, esa gente joven que se queja de su precariedad, esa gente desfavorecida, esos trabajadores del transporte y esos hombres de campo son fachas. Y lo piensa por lo mismo que lo piensan ellos, por lo simbólico, por las banderas, los fachalecos y la cruz. Nada de eso: todos son izquierda, una mente que tiende a buscar la solución en esa dialéctica marxista de víctima-culpable. No se puede ser liberal en lo económico, keynesiano en lo gasoleoístico, sindicalista en lo agrario y patriota en lo eclesial. Y resulta que la iglesia, la bandera, los toros y la caza son de todos. No definen una ideología. 

Lo que lo define es lo económico, la locura esa de pensar que es tu derecho expoliar el fruto del esfuerzo ajeno, la defensa del individualismo frente al colectivismo, la no interpretación del presente como una lucha de clases y la postura firme contra el mito de la igualdad. El resto son disfraces que no dicen lo que eres. Solo lo que pareces. 

Para los jóvenes de derechas, crecer observando la indigencia intelectual del 15M supuso una condena a la adolescencia perpetua. Han visto que la rebeldía mal entendida, el populismo y la apelación a los instintos son la alfalfa del pueblo. Y han visto que funciona, que no se trata de crear valor sino de exigir cosas, que no se trata de buscar soluciones sino de invocar a la magia. Y, sobre todo, de indignarse en función de quienes creen que son los suyos. No tengo duda de que, si Sánchez hubiera hecho lo contrario, le estarían machacando igual, pero por lo contrario. Digo más: si esto mismo lo hace el PP o Vox, la izquierda habría quemado España y los sindicatos estarían en pie de guerra. Y la supuesta derecha que hoy lo critica, lo estaría apoyando.

Pero ya no importa nada, se ha perdido la racionalidad, el análisis y el pudor. Como siempre, España a garrotazos, sin base intelectual. Solo vísceras y clientelismo por parte de todos. Y en el medio de este ridículo, nosotros, los traidores, avergonzados y escribiendo a la ignominia como niños ciegos perdidos en la noche.

(Esta columna se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 24 de marzo de 2022. Disponible haciendo clic aquí).

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