La forma más rudimentaria de saber lo que está pasando en un congreso es mirar a donde te dicen que mires. Es decir, al escenario. Y peor aún si lo haces desde donde quieren que lo hagas, con todo controladito. La mejor opción es agazaparte en los baños, el Pegasus cañí. Entre medias de ambas opciones el bar, una solución salomónica, española, técnica. Así que en cuanto comenzaron los discursos me fui a la barra, que es donde realmente te enteras de lo que pasa. Y, como suponía, no pasa nada. Los compromisarios beben Mahou como usted, hablan del Cholo, del Émerito y de no sé qué bar de Tres Cantos en el que se debe comer bien y cuyo nombre no me dio tiempo a apuntar.

Previamente Ayuso había dado una rueda de prensa en clave nacional, que es de lo que va todo esto por si alguien aún lo dudaba, del lanzamiento definitivo de un liderazgo interno que ya ha podido con Casado y que espera su momento a ver qué pasa con  Feijóo. Incluso al comienzo del congreso sonó el himno de España y una enorme bandera ondeando de fondo, para dejar claro que Madrid es lo de menos, no les vayan a llamar plurinacionales. Para una cosa buena que teníamos en España, que es no dar el coñazo con el himno al principio de cada acto, se nos pega este rollito yanqui, tan cutre. Empezó en los toros, pero la cosa se expande y ahora antes de comer ya no hay quien no bendice la mesa, sino que se pone la mano en el corazón y mira al cielo como Raúl. Solo nos falta que cada orador acabe con un: ‘God bless Spain’.

El congreso se divide entre los que son, los que fueron, los que aspiran a ser y los que aspiran a no ser. Y luego los que no aspiran a nada, que son la mayoría. Para saber delante de quién estás tienes que escuchar su manera de referirse a los líderes. Los que aspiran a ser son reconocibles porque los llaman por su nombre de pila para mostrar cercanía -Isa, José Luis, Esperanza, Pío-. Los que fueron callan, los que aspiran a no ser están felices, como Joaquín el del Betis, y los que no aspiran a nada están a todo menos al congreso, hasta el punto que, cuando se pidieron votos a mano alzada una señora levantó la mano para saludar a alguien y casi infartamos. O cuando pusieron el himno del PP, que alguien dijo que era de Vangelis -que en paz descanse- cuando el de Vangelis es el del PSOE. La guerra cultural se cuela hasta la cocina.

Aire de estrella

Luego los discursos de los presidentes regionales con  Juanma diciendo en Madrid lo que quizá no se atreva a decir en Sanlúcar y, por fin, Ayuso, con un aire de estrella bien trabajado y un discurso mediocre, plagado de tópicos, de lugares comunes y de sectarismo, como acostumbra. Criticas ventajistas a Casado -único presidente que borró del vídeo-, loas populistas con ese estilo pandillero y callejero que reivindica, prohibiciones de usar lenguaje inclusivo, resiliente o empoderado, ánimos a los presentes para que la izquierda les monte manifestaciones en la puerta (en serio), y anuncio de que va a cambiar el nombre de la Asamblea de Madrid por Parlamento, porque (sic) «no somos una asamblea de facultad». 

Y el lema, ‘Ganas’, que se me recordaba a la canción de Sabina: «Hierven los clubs y los adolescentes comen pastillas de colores». Qué tiempos. La realidad es que por este congreso se ha desangrado el partido y, viéndolo en persona, creo que aquello no tuvo sentido. Por cierto, lo de Sabina terminaba así: «Me muero de ganas de decirte que te quiero». Y quizá solo iba de eso.

(Esta crónica se publicó originalmente en ABC el 20 de mayo de 2022. Disponible haciendo clic aquí).