
Ya sé que para ti el aborto es sagrado, el feto una parte de tu cuerpo que se puede extirpar fácilmente como, qué sé yo, la vesícula, un premolar, un juanete. También sé que no quieres ser madre porque eso perpetuaría la dominación del heteropatriarcado sobre ti y que el amor romántico es un constructo del capitalismo para someterte. Supongo que también opinas -te pega- que tu ciudad natal es vulgar, que se te queda pequeña, que la gente allí no está a tu altura porque tú necesitas otra cosa, no sé, más acción, más gente, más musicales a los que no ir. Y además allí no hay comida libanesa. Por eso en cuanto llegas a Madrid cambias las ‘sneakers’ buenas por las viejas, te quejas de que no se puede cenar sin reservar un miércoles y te vas a Casa Julio a decir chorradas con la bocaza llena de croquetas y una gorra que oculte tu pelo sucio -que sí, que te lo lavas mañana-.
He percibido tus esfuerzos por impresionar a tu madre y por hacer daño a tu padre. He detectado también el desprecio que sientes por el arte contemporáneo por el gesto que haces con el labio ante todo lo que no entiendes. También he escuchado tu curioso punto de vista sobre el cambio climático, el dolor que sufre el toro de lidia y la lamentable situación de los indígenas en los Andes. Pero hace seis meses que no vas a ver a tu abuela a la residencia porque «no te da la vida».
Odio con todas mis fuerzas tus colaboraciones en todo tipo de eventos solidarios fraudulentos, tus sobreactuaciones de estrés y cuando te pones hogareña a final de mes y veo cómo se te acaba la chulería a la vez que el dinero. Y entonces cambian las tornas y ya no quieres hacer daño a tu padre. Y el heteropatriarcado es menos hetero y menos patriarcado. No me importa el zorrón de tu amiga ni sus celos enfermizos y no quiero que me vuelvas a hacer cenar con el gilipollas que tiene por marido. No me atraen tus clases de Taichí, las ‘newsletter’ de esa marca de ropa a cuyo dueño odias y enriqueces a partes iguales, me da cierta vergüenza ajena cuando aplaudes a los atardeceres de Ibiza y te he dicho muchas veces que sí que he probado la hamburguesa de la Sexta con la 56.
Sabes que me parece ridícula la manera en la que tratas a tu bichón habanero, que considero que ir en bici por Madrid es una gilipollez del mismo calibre que cuando en tu pueblo vas a por el pan en Porsche y ya hemos hablado que si yo no me perforo ni me tatúo el cuerpo es solo porque no soy miembro de una tribu centroamericana. Respeto tu crudiveganismo, tu sexualidad no binaria, tu esnobismo de extrarradio y tu curiosa idea del derecho a trabajar menos horas para poder dedicarlas a huir de tu soledad.
Por eso, cuando dices lo del libro de las madres arrepentidas, reiteras que una mujer no necesita casarse y reproducirse para ser feliz y nos repites por trigésimocuarta vez que bajo ningún concepto quieres tener hijos, yo respiro aliviado y lanzo al cielo una mirada cómplice y darwinista. Dios no da puntada sin hilo.
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 23 de mayo de 2022. Disponible haciendo clic aquí).