
Hay varias formas de sobrellevar una ola de calor. La más digna que se me ocurre es apretarse un lechazo asado y media botella de ‘Carmelo Rodero’ en Sacramenia, que es un pueblo situado en una zona de Segovia que limita con Valladolid, con Burgos y que no limita con el cielo por un suspiro. O sí, quién sabe, quizá Sacramenia sea el Jerusalén celestial, un pueblo de 300 personas que vende no sé cuántos miles de lechazos asados al año, ya me dirán si no es un sueño. Me río yo del Tigris y el Éufrates. En cualquier caso, me he venido al corazón mismo de Castilla, a estas tierras mitológicas y sagradas que Almanzor asolara algo antes del año 1000 y a las que hoy se ningunea y humilla al rebajarlas a ‘España vacía’. En realidad, la conquista del Duero fue algo clave, un hecho capital para la historia de Europa y, desde luego, un episodio que dura siglos y que todo español debería conocer perfectamente, como la llegada de pueblo judío a la Tierra Prometida, la conquista de América o la llegada del hombre a la luna. Un pueblo que se respetara a sí mismo no llevaría a sus hijos a castillos de cartón piedra en Disney, con princesas cursis, bailes idiotas y pollo frito. O sí, pero antes conocería los de aquí, los de Sepúlveda, Coca o Peñafiel, estos mismos que nos miran con displicencia y altanería silenciosa y nos gritan al oído que quizá el olvido y la incultura sean la peor forma de maltrato infantil.
Algo está pasando en España para que esta parte de Castilla esté a reventar durante una ola de calor. Y los asadores, sin sitio. Y el lechazo, claro, que es la manera en la que en esta zona se llama a un cordero de apenas tres semanas que solo ha tomado leche materna. El lechazo churro es el príncipe de las carnes ibéricas y yo sé que hay gente que no puede hacer esto de venirse a Sacramenia a comerse un lechazo y se ve obligada a comer un bocadillo en la playa. O peor aún: en una terraza, al aire libre, como las bestias. Pero gracias a Dios el mundo no es un plato de ensaladilla rusa ni la vida un tartar de atún. Si la expectativa se construye con estética de palets y ritmos latinos, las olas de calor acaban oliendo a ginebra rosa. Y, en realidad, si la felicidad tiene una forma es la del porrón, la bota o el botijo, el viejo sueño de la hostelería portátil. La verdadera manera de luchar contra el calor es esta. Y la verdadera rebeldía renunciar a la brocheta de sandía. Lo más ‘in’, parecer ‘out’. Lo más cosmopolita, un niño que ame su tierra.
Antes de lo de Sacramenia me obligaron a pasar por San Miguel de Bernuy a recorrer en piragua las hoces del río Duratón. Esto de hacer deporte antes de ingerir animalillos no es solo una manera de llamar ‘turismo activo’ al ‘turismo gastronómico’ sino, sobre todo, una manera de luchar contra la culpa, quizá la más judeocristiana, algo así como un sacrificio, ya saben. Pero, contra todo pronóstico, aquello estaba lleno. Sobre todo, de madrileños que me miraban mal por ir con el iPhone, un Mac para escribir, un iPad para leer la prensa con un café y los ‘airpods’ para poner música y no tener que escuchar sus voces. Se ve que algunos prefieren que en Castilla vivamos sin tecnología y vayamos en burra para no estropearles la expectativa y la escapadita rural, o sea. Pero da igual, lo importante es que yo que pensaba que iba a dar un bucólico paseo por el río y, en realidad, a punto estuvimos de batir el récord de España de K2. Ya saben, esta maldita competitividad, que me sale cuando menos falta hace y que cuando realmente es necesaria duerme la siesta como un niño rechoncho. Porque aquello parecía Ibiza y el chiringuito de Fuentidueña Puerto Banús. Tendrían que haber visto qué cantidad de gente feliz huyendo de las playas para refugiarse en estas tierras para el águila, que diría Machado. Algo está pasando en España para que esta parte de Castilla esté a reventar durante una ola de calor. Y los asadores, sin sitio. Y es lógico, claro. ¡Qué lechazo en Casa Garci! ¡Qué vino el de Pedrosa de Duero! ¡Que rico el ponche! ¡Qué segoviano el DYC! Y luego la conversación con los señores del pueblo que llevan un martillo en la mano para arreglar Dios sabe qué, bajo una tormenta de verano que nos recordaba que aún queda esperanza y que, antes o después, vendrá el otoño para liberarnos.
Pasear nuestros pueblos es una obligación moral que nos recuerda que nos toca, que es nuestro turno, que no hay nadie a quien mirar para echarle las culpas, que el tiempo es ahora y que tenemos la responsabilidad de mantener un legado y un sentido de la dignidad. Esta es nuestra cultura, nuestras tradiciones y una historia que no es de Disney. Es mucho mejor. Hay que conocerla para conocerse. Hay que construirse desde dentro para poder salir hacia fuera sin pretensiones de nuevo rico y sin estirar el meñique al porvenir. Y a ser posible sin gravedad: sobra con cuatro amigos, algo de familia y bastante vino. Las canoas, opcionales.
(Este texto se publicó originalmente en la sección ‘Contra el verano’ de ABC el 20 de julio de 2022. Disponible haciendo clic aquí)