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Hemos crecido en una sociedad que prima el espíritu crítico frente a la buena educación, la humildad, la conciencia de las propias limitaciones y, sobre todo, frente a esa racionalidad que te susurra cuál es tu lugar y –sobre todo- cuál no. El espíritu crítico desbocado crea personas egocéntricas, soberbias y de una arrogancia insoportable. Alguien nos ha hecho creer que hay que tener una opinión formada sobre cada asunto y que, además, hay que contársela a todos. Y ni es necesario opinar de todo ni todas las opiniones se encuentran en el mismo nivel.

«A mi no me gusta Rothko». No, lo que pasa es que no entiendes a Rothko, su contexto, sus influencias, su espiritualidad, su manera de enfrentar lo sobrenatural en un espacio de posguerra o su manera de abstraerse para expresar emociones. Por otra parte, a nadie le importa una mierda que no te guste Rothko, porque la realidad es la que es, con independecia de lo que tú opines. Además, Rothko no está para gustarte a ti, así que entra a esa sala, aprende, acércate desde la humildad y no juzgues. Esto no es un pasatiempo, ir a un museo no es ir a Zara y no se puede pasar por cuadros como quien pasa delante de jerseys. No estás eligiendo cuadros para tu salón. Y no, eso no lo hace tu hijo. Ni tu madre cocina mejor que Adriá.

«No me gusta la interpretación que del delito de rebelión hace Llanera a través de su auto». Claro, amigo, a todos nos interesa muchísimo tu visión particularísima de la rebelión porque, como todos sabemos, hay que ser ciudadanos críticos y, al fin y al cabo, cada uno es cada uno y tiene su ‘cadaunadas’. Y si la función de la mesa del Parlament es deliberativa o normativa es un asunto que no tiene misterios para ti, que te las sabes todas, tienes tantos conocimientos como un magistrado del Supremo y tu manera de entenderlo es igual de respetable. Cuéntanoslo todo en la cena. No te dejes nada.

Te diré algo. No te puedes acercar al arte para criticarlo. Al arte te acercas para buscar, no para encontrar. Y lo debes hacer sin espíritu crítico, para intentar aprender de los que son mejores que tú, más sabios, más inteligentes, más sensibles, han visto más, han pensado más, han viajado más y han trabajado más que tú. Intenta comprender, limítate a eso. Comprender es perdonar. Y de ahí a callar hay solo un paso.

No puedes discutir acerca del delito de rebelión con un magistrado. Ni de cáncer con un oncólogo ni de relaciones internacionales con un diplomático. Ser crítico no está tan bien como te han contado. La humildad es saberse pequeño, insignificante, reconocerse perdido, y acercarse al otro como a un maestro. Ponte de su parte de modo preventivo, hazte invisible, escucha, intenta entender, intenta aprender y fíate. Hay que opinar menos, callar más, ser menos críticos, volver al mérito, respetar al que sabe más, apagar la tele, tirar el móvil contra el muro, relajarse un poco, ponerse en manos de Dios, echar valor y observar la extraña belleza de esta mañana de sábado. Apenas eso.

(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 13 de agosto de 2022. Disponible haciendo clic aquí).

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