
Tuve la suerte de ser invitado por David Summers al preestreno en Madrid hace dos semanas y, desde entonces, estoy conteniéndome para escribir esta columna justo hoy, víspera del estreno en los cines de toda España de ‘Voy a pasármelo bien’, película dirigida por David Serrano con música de Hombres G. Si a usted le gustan los Hombres G, tiene que verla. Poco más puedo decir. Es evidente que le va a gustar. Y no le oculto que todos sentimos un subidón emocional importante al escuchar ciertos temas en pantalla grande por primera vez en la vida, a un volumen perfecto y con una calidad de sonido que jamás habríamos soñado cuando compramos el casete aquel de las chicas cocodrilo. Porque usted puede hacerse el duro, pero si tiene una edad, ha bailado, tarareado y ligado con canciones de Hombres G, como todos. Son canciones que acompañan nuestra infancia, adolescencia o juventud. Y mucho me temo que, a partir de mañana, harán lo mismo con la de nuestros hijos. Y, si no, al tiempo.
Pero, si no le gustan demasiado, también debería ir. Porque, en realidad, la música es lo de menos. Lo realmente interesante de la película es ver el retrato costumbrista de la sociedad española de 1989, ver cómo éramos, cómo vestíamos, esos coches de los ochenta, esa Mirinda de naranja, esas Galerías Preciados o esos walk-man con cintas grabadas de la radio que se llamaban ‘Varios’ o ‘Lentas’ y que, en pantalla, se rebobinan con un bolígrafo igual que hacíamos nosotros.
Y por supuesto, Valladolid. No sé de quién habrá sido la idea de situar la acción en nuestra ciudad, pero es un acierto y una apuesta a caballo ganador. Porque la película huele a un éxito total en taquilla. Yo no estoy acostumbrado a ver mi ciudad en una película, qué quieren que les diga. Estamos acostumbrados a Nueva York, a Los Ángeles o a París, pero no a Fabio Nelli, el Colegio de San Gregorio, el pasaje de la plaza de Federico Wattenberg, Macías Picavea, Platerías, Conde Ansúrez, San Benito, Plaza del Salvador, Castelar, Plaza del Viejo Coso, Fuente Dorada, Plaza Mayor y otros escenarios que seguro que se me olvidan. Y es que, de pronto, todo Valladolid vuelve a los ochenta. Todo parece haber retrocedido en el tiempo y la ambientación es perfecta. Y es tan perfecta que, de repente, ese niño era yo. Y sus amigos eran mis amigos. Y esa ciudad es mi ciudad y esa época es mi época.
Cuando digo que me emocioné no piensen en algo metafórico, no: se me caían las lágrimas de verdad. De alegría, de nostalgia, de felicidad, no sé, pero la cosa es que allí lloré yo y supongo que todos los vallisoletanos presentes, si es que había alguno más. Y ustedes seguramente se emocionarán también, ya verán. Porque la película a un vallisoletano de más de cuarenta le va a emocionar, es el retrato de nuestra vida, cuando España y nosotros mismos estábamos por hacer. Y, como todo lo que hace Hombres G, esta película cumple su objetivo: que haya buen rollo, buen ambiente para toda la familia, que ustedes se diviertan y se lo pasen bien, muy bien. Después de lo que hemos vivido en estos últimos tiempos, me temo que lo veníamos necesitando.
(Esta columna se publicó en El Norte de Castilla el 11 de agosto de 2022. Disponible haciendo clic aquí).