Yo solo sé vivir bajo un optimismo radical. Me encanta vivir en el delirio e imaginarme a mí mismo como alguien importante que sale discretamente de un vagón humeante, con bigote arrogante, bombín y una inapelable pero contenida sonrisa aristócrata. Y que se pone a bailar bajo la lluvia en la estación, como Fred Astaire. Porque por dentro me siento un aristócrata descarriado, actúo con el cinismo de las grandes casas europeas y con la distancia del que tiene una deuda tan larga como su apellido. Me encanta moverme con los códigos de una cofradía histórica y vivir como un esteta cuya manera de despreciar el verano es adorar capiteles neoclásicos, arias de Verdi y actuar como si formara parte de esa burguesía ilustrada que en España jamás existió y que se puede resumir en conocer algunos museos, escribir como si no fueras una monjita y odiar el concepto de ‘veraneo’. En ir a restaurantes sin estirar el meñique y a funerales sin estirar la pata.

Así que me siento obligado a visitar Oxford pero sin guía, como si me lo conociera al dedillo, fingiendo haber estudiado aquí. Así, saludo a las alegres pasteleras de´’Patisserie Valerie’ con tanta complicidad como distancia, pidiendo ‘sponge cake’ con la naturalidad de quien conoce cada ‘sponge cake’ en Oxfordshire, pero con la frialdad del viejo que se ha escapado de la casona familiar y anda de incógnito por ‘High Street’ a ver si sorprende a su hija y le regala unas lilas. O se fuma un cigarro furtivo. Adoro extremar los modales en Oxford porque son esos modales los que hacen al ser humano; la educación forja a la persona y nos libra del salvajismo. La maldad se reboza en el estiércol. ‘Manners makyth man’ dicen en el ‘New College’ y no es la cuna, el apellido o el dinero lo que define a una persona, sino su comportamiento con los demás. Y eso sí que lo decides tú. Por eso hay que vivir mezclando la humildad con la euforia, que es algo así como rezar el rosario puesto de éxtasis. La euforia del que sabe que al final todo va a salir bien –¿o acaso al final no sale siempre todo bien?– pero con la humildad del que ha de fingir cierta incertidumbre para no resultar insoportable. Es Dios quien llama, y a mí me llamó a pedradas. Vivir con fe es poner cara de póker con cuatro ases en la mano… cada mano.

Cuando vives así, cuando te embarga el optimismo radical, tomas de una vez para siempre las riendas de tu destino y aceptas la plena responsabilidad de tus veranos. Es como ser millonario de sexta generación, como caminar despacito con esa sonrisa que te sale cuando imaginas que tu cara es la de Brad Pitt. Un amigo me dijo que para ser atractivo solo hay que actuar como si fueras atractivo, y oye, resulta que para ser feliz sirve la misma idea. Así, sonrío como imitando a Don Draper y camino muy despacito por este Oxford inventado, como Rafael de Paula por la Quinta Avenida, parando a probar el ‘gravy’ que han hecho hoy en ‘The Chequers’y sabiéndome heredero directo de los hijos de la Ilustración.

Pero ¿cómo no va a ser uno optimista estando vivo y sabiéndose hijo de Dios? Yo miro mis piernas, mis brazos, las gotas de lluvia en la cara, toco estas cincuenta libras que me quedan y entonces entro en una biblioteca decimonónica a leer un Astérix con monóculo, extremando la seriedad en el rostro y el ceño fruncido. O me imagino que no tengo hambre y subo al estudio a terminar de escribir mientras la radio me acompaña en noches tan oscuras y solitarias.

Todo va a salir bien –¿acaso hay otra posibilidad?– porque tengo el joker y porque así lo he decidido. Y puedo pasear por este Oxford interior cuando me dé la gana porque nadie me lo impide, porque cumplo mi parte del trato y lo hago fundando una estirpe, inaugurando una manera de hacer las cosas, creando tradiciones cada cinco minutos, actuando con una sonrisa y enviando cada noche este optimismo límbico hasta tu regazo, a ver si llega algo. Hasta que se te impregne en el estilo, hasta que pongas los ojos un poco achinados cuando sonrías, hasta que rehúyas cada franquicia, cada ‘pool party’, cada mujer que grita, cada hombre que llora, cada terraza de verano y vivas cada día creyéndote atractiva, buena, digna, ganadora y –sobre todo– heredera de una estirpe secreta que hasta que llegaste, habitaba únicamente yo. Mira si mi optimismo es generoso.

(Este texto se publicó originalmente en la sección ‘Contra el verano’ de ABC el 28 de agosto de 2022. Disponible haciendo clic aquí).

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