Todo empezó tirando una tarta a ‘La Gioconda’ en el Louvre. Después sopa de tomate a ‘Los girasoles’, en la National Gallery de Londres y, ayer, puré de patata a uno de ‘Los Pajares’ de Monet, en el Museo Barberini de Potsdam, al sur de Berlín. Puré de patata, ya me dirán, no hay cosa más vulgar y calvinista, parece la guarnición del muslo de pollo que te ponen en la estación de servicio de la carretera que va de Lieja a Eindhoven. Hasta para ser vándalo se exige algo más. No se puede tirar puré de patata, sopa de tomate o tartas de zanahoria a obras maestras. Si van a atentar contra una obra de arte, al menos háganlo con cierta grandeza, preparen gazpacho para Murillo o salmorejo para Julio Romero de Torres, con sus trozos de jamón y todo. O, mejor aún, dediquen el caldillo de una lata de berberechos a la espuma del mar según Sorolla. O una sopa de pescado al Guernica. O una crema de yogur a El Greco. Hay muchas posibilidades para delinquir. Pero, por Dios, siempre dentro de concepto.

Aunque adelanto que como alguien sea capaz de tirar una vichysoisse a Velázquez o una crema de acelgas a Goya yo declaro la guerra al clima y empiezo a tirar lechazos asados a los activistas y pilas de cadmio al Manzanares. Dicen que estas salvajadas buscan hacernos entender que no tiene sentido proteger obras de arte mientras no somos capaces de proteger las vidas humanas. Y esto es lo preocupante, este pensamiento de mercadillo, esta gilipollez de todo a cien. Por supuesto que el arte no es comparable al clima: es mucho más. El arte es el culmen, la aspiración, la sublimación de lo humano a través de la belleza por parte de los mejores, de los artistas, mientras que el mal se reboza en estiércol y en purés vegetales.

Una sola obra necesita de toda tu reflexión porque el arte no es solo arte, el arte es en último término la victoria de un individuo frente al mundo que le sirvió como escenario. Hay que entender ese mundo y también su contrario, ya que un artista no tiene coetáneos, un artista se apea del mundo y no puede ser entendido en su contexto. Porque crear es precisamente poner una bomba en ese contexto, apearse del presente, plantear una enmienda a la totalidad y lanzar lienzos a la cara de los activistas. Un artista está delante o fuera, pero nunca dentro. Por eso, si tuvieran talento, su manera de protestar no sería tirar sopas centroeuropeas y protestantes a la cara del arte, sino crearlo, producirlo, y trasladar el mensaje de modo sofisticado. Como Banksy.

Mientras tanto, no sé si se habrán dado cuenta en El Prado, pero no hace falta ser un genio para entender que los siguientes son ellos. No solo propongo que redoblen controles y aumenten la seguridad sino, sobre todo, que cuando suceda, tengan la respuesta preparada. Como hemos dicho, al mal le encanta el estiércol, pero sería un error convertirse en heces solo para facilitarles el entendimiento. En lugar de fango, no se me ocurre mejor performance que tirarles margaritas a los cerdos.

(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 24 de octubre de 2022. Disponible haciendo clic aquí).

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