
La lógica extrema genera personalidades sin empatía y, por lo tanto, psicopáticas. Para tomar una decisión hay que consultar a los afectos, a los imperativos morales, a los criterios estéticos y también a los éticos, si es que todo lo anterior no fuera, en realidad, lo mismo. Habitualmente la cagas, claro, pero no pasa nada, aquí hemos venido a torear, no a comprarnos un Opel Astra. Y no hay peor campana que la de Gauss, con ese calorcillo como de establo que te entra al mirar fijamente su parte central, como si entraras en una hipnosis populista. La mejor relación calidad-precio se descarta de inmediato por principios y por respeto a uno mismo. Por eso algunos vivimos aún en el centro, en casas viejas, con paredes que tienen panza y tuberías que hicieron la mili en Annual.
Yo ya sé que se está mejor en el sur de Valladolid, que Arroyo tiene de todo y que no sé qué urbanización tiene piscinas y pistas de pádel, pero, qué quieren que les diga, yo no quiero vivir en la blancura puritana de un pueblo holandés ni sueño con una noche de verano en Denia. Vivir en el centro es una decisión que trasciende la cochina lógica, como tener cuatro hijos, recoger setas pudiendo comprarlas en El Campillo, preferir a Pablo Aguado que ‘La Voz Kids’ o comer lo que le salga de las narices a Dámaso en lugar del tataki ese que ha colonizado los QR de media Españita.
Y todo esto para decir que el centro se nos muere. El cierre de El Corte Inglés de Constitución es solo una gota más. La compañía dice que la razón es la dificultad de acceso de los vehículos, que es como cuando yo digo que no me he ligado a Mónica Bellucci por la barrera del idioma. A ver, la peatonalización excesiva es una paletada de pueblecito medieval y el tráfico en el centro es insufrible, pero ya dijo el gerente de Auvasa que el objetivo era precisamente ese, que el tráfico fuera insufrible, así que supongo que lo verán como un exitazo y que cada improperio que salga de cada coche atascado como de una nube de un cómic se percibirá como un mini orgasmo.
Pero, dicho esto, culpar a las peatonalizaciones de que El Corte Inglés vaya regular es hacerse trampas al solitario y no aceptar que la culpa es siempre tuya y no se puede creer en el mercado solo cuando te va bien. Las ciudades están cambiando, las costumbres y los hogares son diferentes a hace unos años, Amazon e Inditex han acabado con el comercio tradicional, las grandes cadenas de moda salen hasta de los centros comerciales y el número de locales vacíos es alarmante. Los fines de semana pasear por mi barrio es como pasear por Donetsk, el envejecimiento es terrible, no hay reposición y no somos una ciudad turística como para hablar de gentrificación.
Pero el mundo evoluciona, todo cambia y no se puede ser catastrofista. Dice Ullrick Beck que «todos sabemos que la oruga se convertirá en mariposa. ¿Pero lo sabe la oruga? Eso es lo que deberíamos preguntar a los predicadores de catástrofes, que son como orugas, envueltas en la cosmovisión de su existencia larvaria, ignorantes de su inminente metamorfosis. Son incapaces de ver la diferencia entre decaer y convertirse en algo distinto». Tengamos paciencia, no es una época de cambio sino un cambio de época y me empiezo a cansar de los apóstoles del decadentismo.
La digitalización tiene cosas buenas y malas. Estas son las malas. Pero el mercado –es decir, nosotros y nuestras decisiones– encontraremos oportunidades. Nada más democrático que el capitalismo. Y si no, acuérdense de lo de la relación calidad-precio: hemos venido a jugar. Aparcar en la puerta y respirar hondo en una zona verde es como hacer yoga mientras suena la canción del verano. Puede que el centro se muera, pero, cuando pase, algunos moriremos con él.
(Esta columna se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 24 de noviembre de 2022. Disponible haciendo clic aquí).