
Sánchez hace lo que hace fundamentalmente porque puede hacerlo. Eso es lo primero que hay que comprender, que el sistema tiene agujeros, fallas y puntos ciegos y que, cuando eso pasa, es solo cuestión de tiempo que un Chávez o un Orbán los encuentren, nos los muestren como un mago decadente en un escenario de tercera y nos pasen nuestra ineptitud por la cara. Porque la culpa es nuestra, claro. No suya o mía en concreto, míseros sufragistas activos. Nuestra como pueblo español, como sujeto de soberanía. Yo ya sé que me dirán que a un dirigente se le presupone buena voluntad y la aspiración del bien común, pero es que no es así, la historia se ha cansado de mostrarnos una y otra vez que el ser humano tiende a abusar del poder y que el pueblo tiende a aplaudirle mientras tanto. Por eso somos liberales, porque sabemos que hay que limitar el poder y fragmentarlo, establecer contrapesos, cortafuegos y mecanismos de seguridad, como cuando alejamos un medicamento de un bebé. Porque eso es el poder, un medicamento que puede curar, pero que mal utilizado y en según qué manos, mata. Y la sociedad es el bebé, una cosa débil, blandurria y atontada que solo quiere comer y dormir. Durante este puente he preguntado a funcionarios, directivos de empresas y profesionales liberales qué opinan de esta deriva totalitaria de Sánchez y no saben muy bien de qué les hablo, les da igual, el país está feliz congelando marisco para la semana que viene y buscando vino como zahoríes de la dipsomanía.
No hay nada de lo que ha hecho Sánchez que sea contrario a derecho. Engañar a sus votantes es legal, como indultar a delincuentes, como la reforma de la sedición o como su carta de amor a la malversación. En cuanto al CGPJ y el TC es otro tema, pero como el recurso de inconstitucionalidad lo resolverán sus comisarios políticos, tiene mala pinta. El problema no es que lo haga, sino que pueda hacerlo. Y lo que Sánchez no sabe es que está habilitando a cierta derecha para que haga exactamente lo mismo que él está haciendo, pero contra él. Que utilizarán sus leyes para tumbarle, como un combate de judo en el que se aprovecha la fuerza del rival en su contra. Ese sería el mejor castigo, sin duda, pero sucede que la derecha no es la izquierda. Nosotros no rodeamos el Congreso como delincuentes. Por eso, lo primero que ha de hacer Feijóo es cambiar el marco para que ni él ni sus socios puedan hacer de nuevo lo que Sánchez ha hecho. El problema es que, para ello, necesita al PSOE –la aritmética es tozuda–. Y, sobre todo, ganar, algo que hoy pasa porque las elecciones de mayo se vean como un plebiscito, un castigo masivo, un sí o no a Sánchez sin más matices ni elogios al socialista de turno que se presenta en tu pueblo. No vale con una victoria, el descalabro ha de ser de tal calibre que no quede duda ninguna de que España no habilita las formas y los fondos del sanchismo. Y, como decía Unamuno, cuando nos pregunten «¿y después?», solo cabe devolver de rebote un «¿y antes?».
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 12 de diciembre de 2022. Día de mi cumpleaños. Disponible haciendo clic aquí).