
Tuvo el felipismo algo de ‘rave’, solo que no duró cinco días sino trece años. Y que su epicentro no fue La Peza sino Joy Eslava. En Eslava se mezcló entonces la famélica legión con progres de derechas, empresarios engominados, putas viejas y artistillas maricones, formando, entre todos, el socialfelipismo (Umbral), ese pacto entre el PSOE y las élites que tan bien les vino a los dos. El rojerío entendió en Eslava que con los ricos se estaba muy bien y que, por lo general, son gente educada, inteligente y divertida. Bastante más que los pobres. Pero entendió algo más importante: que el dinero no tiene color ni ideología y que igual que un muerto de hambre se hace de derechas en cuanto tiene algo que conservar, un multimillonario levanta el puño y se hace ‘woke’ si necesita defender lo suyo. La derecha dejó, así, el coñazo nacionalcatólico en la puerta del Eslava y se puso a bailar ‘agarraos’ con esos progres con palcos y Moët Chandon. Porque no hay nada en el mundo que fascine más a un nuevo rico que un nuevo pobre, esa aristocracia venida a menos que es como ellos, pero sin estirar el meñique. Y no hay nada que le guste más a la derecha que una fiesta canallita, hortera, con cantautores comunistas y una conga que vaya desde 1982 hasta los baños.
Ahí se dio el verdadero pacto social: unos ponían el poder y otros los apellidos, unos la pasta y otros el prestigio. El socialfelipismo nació en Arenal –no a los pies de La Maestranza sino del dinero– y en el fiestón cupieron falangistas, sindicalistas, banqueros, toreros y ‘beautiful people’ en general. Así se hizo la transfusión de dinero sociata hacia las altas cunas. Y, por supuesto, su contrapartida, la transfusión de la sangre azul en las arterias rojas de los compañeros y de las compañeras. La derecha no se ha enterado que siempre gana, porque ella es, en sí misma, la elite, el poder y el dinero, aunque para ello tenga que comprarse una chaqueta de pana en el Rastro o fingir fatiga climática en el ‘Starlite’ de Marbella. Pero la izquierda, a su modo, también sabe que así gana siempre, porque, mientras los políticos de derechas estaban a sus cosas y a sus refundaciones ideológicas, ellos se compraron el concepto de progreso y, adherido a él, a España y los españoles. Porque el progreso es bueno, solo un tonto se niega a progresar allá donde hace falta progresar. Pero solo un necio se niega a conservar lo que merece la pena ser conservado. Todos contentos.
Lo dijo Lucena: «Jugaba el rey, éramos todos tahúres; estudia la reina, somos ahora estudiantes». Murió el felipismo y se hicieron almunistas, zapateristas y rubalcabistas. Hasta que un día llegó un ala pívot con pinta de cantar música ligera y el socialismo dejó de sonreír. Se acabó la alegría, el progreso y el idilio con España. El socialfelipismo dejó paso al misantropedrismo y así fue como se convirtieron en una secta triste y con la cara de pánico del que va a inmolarse por su líder, a cambio de nada, mientras el resto retomamos la fiesta.
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 9 de enero de 2023. Disponible haciendo clic aquí).