estas alturas resulta difícil hablar con un adolescente sin que te baile una coreografía. O, al menos, sin que se la imagine. Las redes sociales han puesto de moda que las canciones se acompañen con movimientos explicativos con las manos, que a veces pienso que son todos intérpretes de lengua de signos. Cuando dicen ‘amor’ hacen la forma de un corazón con las manos y se las llevan al pecho. Para decir ‘agua’, simulan con la mano algo así como la ola izquierda de Mundaka y para decir ‘nadar’ se tapan la nariz y simulan que se sumergen, como Daryl Hannah en ‘Un, dos, tres… Splash’. Mueven el cuello con movimientos sincopados, como de ave, que ya no sé si lo que tengo en casa es una niña o un rapero de Baltimore. A veces, dan patadas al aire sin venir a cuento, que, la verdad, me estoy empezando a asustar y he decidido ponerme a entrenar la grulla de Karate Kid, por si acaso. 

Mi hija me mira cuando le hablo, pero yo sé que su cabeza está lejos, muy lejos, en algún lugar del metaverso, ensayando ‘Despechá’, ‘Motomami’ o una de Ainhoa, o Amaya, o Adriana o como se llame. Aitana, me dicen. Ayer, para decirme que en Eurovision nos va a representar una artista que se llama Blanca Paloma lo hizo agitando las manos como si fueran alitas de pollo y yo casi infarto pensando que se iba en Falcon. Pregunté si lo que quería era KFC –señalé un cubo–, pero me señaló el color de la camiseta del Madrid y ahí lo entendí. Pero no del todo, antes pensé que íbamos a mandar una salve rociera interpretada por la Hermandad Matriz de Almonte –simulé saltar una valla–. Ya le he dicho que como siga así se están rifando –saqué una tómbola– un par de leches –enseño dos briks de Pascual– y que me estoy cansando –signo de bostezo– de ella –apunto con el dedo a una foto de cuando era bebé y no necesitábamos traductor para entender sus llantos–. Dice que doy todo el ‘cringe’, pero insiste en hacerme coreografías, a tope de ‘flow’. Las hace delante del espejo, en el ascensor, por la calle, en medio de un viacrucis con la cofradía y hasta cuando repasamos los ríos de la cuenca mediterránea. Temo especialmente el día que tenga examen de trigonometría y tenga que buscar gesto para explicar ‘seno’. O cuando llegue al concepto de ‘cuerda’. Lo mismo se me ahorca.

Tengo miedo de que esta moda llegue al Parlamento para intentar conectar con los jóvenes y que convenzan a Tamames para que imite a Shakira y diga a Irene Montero que es como Clara Chía para el verdadero feminismo. O a Yolanda Díaz que es la Piqué del eurocomunismo. Y que si los viera Stalin –puño en alto, bigotillo con el índice– los mandaba a un campo de reeducación –señala a Pilar Alegría dos veces–. Para llamar golpistas a ERC y Junts, imitaría a Tejero haciendo un tricornio con los dedos desde el punto exacto del 23F. No creo que nadie de más de quince años entienda nada. Pero ya que estamos en manos de una panda de niñatos, al menos que se metan todos bien en el personaje. En plan, obvio.

(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 6 de febrero de 2023. Disponible haciendo clic aquí).

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