
Si no teníamos suficiente con Vox diciendo tonterías sobre Lola Herrera, ahora tenemos a Lola Herrera diciendo tonterías sobre Vox. Recordemos que, en su momento, Vox votó en contra de que Valladolid otorgara a la actriz la medalla de oro de la ciudad. Fue un acto de sectarismo e intransigencia marca de la casa y muy difícil de entender, porque lo que se premiaba era la trayectoria de una actriz, no el posicionamiento ideológico de una ciudadana. Pero hoy, para rematar el sainete cafre, Lola Herrera dice que «Vox va en contra de todo lo que son los derechos de las mujeres». Pues mira, Lola, no. No sé qué derecho de la mujer consideras que Vox está poniendo en riesgo concretamente, pero, si lo encontraras, deberías ir a denunciarlo sin dilación. Mientras tanto, te recuerdo que uno de los derechos de las mujeres es votar a quien les dé la gana y no a quien tú digas.
El feminismo es algo mucho más importante que convertirse en un rebañito que bala genuflexo al servicio de quien baja las condenas a los violadores y que calla servil cuando se pone en la calle a gente que va a reincidir con nuestras hijas, hermanas y madres. Y si tu concepto de libertad y tu visión del empoderamiento femenino implica cuestionar las decisiones de las que no votan lo mismo que tú, hay algo que no has entendido bien. Porque has dicho que «no entiendes que una mujer vote a Vox». Pues mira, poca gente habrá en el mundo con una manera de ver las cosas más lejana a Vox que yo. Ni siquiera tú, porque aunque no lo sepas, tu intransigencia y fanatismo te sitúa en un lugar cercano a lo que criticas y deja entrever una manera excluyente, simple y maniquea de entender el mundo.
Este tipo de señalamientos sectarios son lo último que necesitamos. El liberalismo político que es la base de nuestro sistema nace como modo de garantizar la convivencia entre distintas formas de vida, no como modo de resolver los conflictos entre distintas formas de vida para ver cuál de ellas es la mejor. Entre otras cosas porque no se trata de eliminar el conflicto, sino de pactar las reglas para disentir sin matarnos. El conflicto es necesario, pero, sobre todo, es inevitable y, por eso, el reto consiste en asegurar la convivencia de todas las ideologías y maneras de ver el mundo, no en la destrucción política del rival ni en su deslegitimación pública. El sistema necesariamente incluye al adversario. No es excluyente sino inclusivo. Y este tipo de declaraciones son peligrosas porque van exactamente en la dirección contraria a la que crees. Vox no te gusta. OK. A mí tampoco. Pero la libertad de voto es sagrada y hay que respetar que la gente vote lo que le de la gana.
Hay quien considera muy difícil de entender que una mujer vote al PSOE tras el espectáculo bochornoso que estamos viendo contra las mujeres. Hay quien considera difícil de entender que un parado o un joven vote a esa fábrica de miseria y paro que son Podemos o Yolanda Díaz. Hay quien a quien le cuesta entender que un catalán vote a golpistas o un católico pueda votar a Vox. Entre ellos, yo. Pero estamos en un punto en el que necesitamos parar y comenzar a comprender las motivaciones del otro, aunque no las compartamos. Y limitarnos a respetarnos. Hemos entrado en una competición que consiste en ver quién hace la declaración más agresiva, más intolerante, quien es más puro, más radical y quien deslegitima más al adversario convirtiéndolo en enemigo. Y necesitamos lo contrario, es decir, mandar a la mierda a los puritanos, a los intransigentes y a los que reparten carnets de buenos y malos. No tengo claro que la Transición hubiera sido posible de existir las redes sociales. Pero, si respetamos aquello, hemos de aceptar que ahora vamos mal, porque hacemos justo lo contrario. El fanatismo es el enemigo de la convivencia. Y esas declaraciones no recuerdan a la brillante Lola Herrera sino a la vulgar Menchu, cerrada e intolerante hasta a la lactosa.
(Esta columna se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 9 de febrero de 2023. Disponible haciendo clic aquí).