
Si además de muchísima vergüenza ajena, la gala de los Goya deja algo de dinero, bienvenida sea. Con que deje un euro más de lo que cuesta, vale. Lo que necesitamos en esta ciudad moribunda y anestesiada es precisamente movimiento, dinamismo y algo de acción. Y no siempre con un objetivo de proyección de imagen hacia fuera sino, sobre todo, hacia dentro, para que los vallisoletanos vuelvan a sentir que viven en una ciudad importante y no solamente en un edén para pensionistas, funcionarios y ciclistas. No somos un plato de compota.
Si, por el contrario, nos hace perder dinero y el retorno sobre la inversión va a ser calculado por los impactos conseguidos en medios, se pueden ir a Sevilla, a Málaga, a Valencia o a cualquier otro lugar conectado con Madrid por AVE y con un apacible clima del que disfrutar en pleno mes de febrero de una terracita con foto –selfi físico– y discursito –selfi moral–. Porque lo que tiene impactos en medios es la gala, no necesariamente la ciudad organizadora. Y, los que tiene, no son siempre buenos –que si hace frío, que si somos secos–. La marca ‘Goya’ es notoria, pero controvertida. Genera apoyos, pero también rechazo y no solo se asocia a valores como el cine o la Cultura sino también a otros más polémicos como el servilismo político, la reivindicación chorra de turno y la agitación de un ‘lobby’ que pide pan y tierra. Sobre todo, pan. Por eso todo se debería limitar a ‘Show me the money’, que decía Jerry Maguire. Si hay ‘money’, adelante sin dudarlo, ya sean los Goya, el Congreso de ópticos y optometristas o la Asamblea general de la ONU. Ya sabemos por Seminci que la cercanía a Madrid es un arma de doble filo: está igual de cerca para venir que para volverse. Y muchos prefieren seguir la fiesta en una discoteca de la Castellana. Y pasar la resaca en Pozuelo.
De cualquier modo, esta es la típica acción que la izquierda habría criticado si la hubiera propuesto León de la Riva. Porque esta es una iniciativa muy del gusto de aquella época: la Cultura genera eventos, los eventos atraen turismo y el turismo llena restaurantes y comercios. Se trataba de que la Cultura dejara pasta en la ciudad y en su entorno, porque el que pide lechazo no solo deja dinero a del restaurante sino también al ganadero y al del vino. Por eso todo estaba bajo el paraguas de una sola Concejalía: Cultura, Comercio y Turismo, el circulo virtuoso que la actual corporación ha continuado –como tantas otras cosas– sin novedades. Sí que se echa de menos a la ‘verdadera izquierda’ echándonos la bronca por algo, sacando a pasear la huella energética y diciendo que mientras un niño pase hambre es inmoral dar dinero a actores millonarios, pero ese es otro tema. Denles tiempo, solo hace falta que vuelvan a la oposición y que el que venga como presidente entonces sea Feijóo para que las cañas se tornen lanzas.
Y si no, lo de la huella se arregla fácil plantado unos sauces llorones en Kenia. Y lo de la pasta buscando patrocinios de la sanidad privada para defender la sanidad pública. Todo en orden.
Otro asunto es el del emplazamiento. La Feria de Valladolid, que es lo que se propone, no vale. Pero no hay otro. Valladolid necesita urgentemente inversión en un gran Palacio de Congresos. Estamos a cincuenta minutos de Chamartín y tenemos una ventaja competitiva innegable y defendible –las ciudades pueden hacer todo menos moverse–. Pero para atraer a grandes congresos necesitamos un gran auditorio bien comunicado con la estación. Sin él, algo me dice que lo tenemos bastante crudo. Ojalá esta sea la excusa para construirlo de una vez. Si lo logramos, sugiero sorprenderles a todos y llamarlo ‘Nuevo Palacio José Zorrilla’. Fijo que no se lo esperan.
(Esta columna se publicó originalmente en El Norte de Castilla el 16 de febrero de 2023. Disponible haciendo clic aquí).