
Wenceslao Fernández-Flórez publicó este artículo en ABC el 20 de abril de 1928. Y hoy, casi cien años después, escribo este que dialoga con el anterior para demostrar que, en realidad, todo está dicho. Y mucho mejor.
El piropo, como el insulto, mejor en la intimidad. No hay nada de elegante en decirle a alguien lo que realmente piensas de él –esto es, la verdad–, como tampoco es elegante ‘per se’ decir lo contrario de lo que piensas –es decir, mentir–, aunque, en ocasiones, resulte más apropiado y, sobre todo, más civilizado.
Lo verdaderamente elegante es no decir nada, pasar por la vida como un suspiro, revoloteando impertérrito por encima de las situaciones como una mariposilla empastillada y mantener la dis-crección y el cinismo en máximos, casi en niveles tóxicos. Y vivir como el mensaje ese de Windows, ‘sí a todo’, que es un OK preventivo y por defecto que esconde un «A mí es que todo me da un poco igual, señora». Y, como los parisinos, hacer lo que te de la gana, pero siempre, en la boca una sonrisa y esa muletilla de «Je suis désolée», que funciona como un escudo antimisiles.
Hay algo de soberbia en dar siempre tu opinión, aunque sea buena. Hay cierta arrogancia en querer honrarnos con tu personalísimo punto de vista y en lanzar epítetos como quien lanza bombas de racimo. Y, en este sentido, el piropo es la sublimación del síndrome del tertuliano, la normalización del ‘like’ de la vida entre pantallas y la apoteosis de la paella popular. Aunque, en realidad, la polémica es antigua.
Antes no había redes ni ‘stalkers’, pero había albañiles tocándose el casco y caballeros tocándose el sombrero ante una dama a la que supongo esto le tocaba las narices. En realidad, siempre fue una grosería y, desde luego, que la izquierda de hoy lo critique en nombre del feminismo y vea agresiones en nombre de la idiocia no lo legitima ni convierte lo chabacano en sutil. Y menos aún hace que debamos reivindicarlo como propio: corremos el riesgo de oponernos tanto al de enfrente que acabemos pareciéndonos a él.
El piropo a una desconocida expresado de modo escandaloso, público y con ese aire burlesco como de estar viviendo dentro de ‘Las Leandras’ es cutrón. Aún así, decirle a una mujer por la calle eso de ‘¡Guapa, guapa y guapa!’ siempre será mejor que decirle ‘¡Fea, más que fea!’. Y sin embargo delata lo mismo y deja entrever el mismo pecado mortal, el de creerte legitimado para decir lo que te de la gana, a quien te de la gana y cuando te de la gana.
Leyendo ABC, llegamos a la conclusión de que hace cien años ya estábamos hablando de los mismos temas. ‘Nihil novum sub sole’. Casi parece un texto de Rodrigo Cortés –’Pues dices tú’–,donde el diálogo entre dos ‘personas normales’ te llevan a la conclusión de que la defensa del piropo activo conlleva la aceptación del piropo pasivo, que gusta menos, sobre todo si la receptora duerme a tu derecha.
Pero, sobre todo, da que pensar que los modernos de hoy beban, sin saberlo, de alguien tan conservador como Wenceslao Fernández Flórez que, en realidad, con estos textos criticaba la incoherencia de los políticos republicanos y de los vanguardistas de su tiempo. Vamos, que el enfoque me ha gustado tanto que estoy por plagiarle. Eso sí: piropos, los justos.
(Esta columna se publicó originalmente en ACB Cultural el 25 de marzo de 2023. Disponible haciendo clic aquí).