
Menotti lo decía hablando de fútbol, pero yo creo que la decisión de si eres toro o torero es la más importante que hay que tomar en la vida. Es cierto que no hay una opción mejor que la otra, pero conviene recordar que son incompatibles. No se puede ser toro de nueve a cinco y torero cuando se pone el sol. La vida es una apuesta a muerte contra la banca y la vamos a perder, pero aún así hay que vivir, hay que apostar y además apostarlo todo, apostarse entero a una carta, a una opción. Y resulta que no hay más que dos donde elegir: o toro o torero. No soporto la escala de grises, que además de ser vulgar, es falsa: lo que ves son solo intensidades de negro sobre el mismo fondo blanco de cada mañana.
Si eres torero, ya sabes: quietud, templanza, hondura. Misterio. Vas armado solo con un trapo frente a seiscientos kilos de pitones, así que no vas a ganarle a fuerza. Un toro bravo te ataca siempre, porque se ve superior (lo es), porque no siente miedo y porque derrocha energía; el toro bravo fue creado para atacar y lo va a hacer antes o después. Por fuerza, por poderío y por carácter. Se ve dominante y fuerte, no se rinde y lucha hasta el final. El manso, no. Y precisamente por eso es mucho más peligroso. El manso es igual de superior, pero no lo sabe. No se siente superior, pese a que tiene todo para destrozarte. Además, el motivo de la agresividad es importante: el bravo te quiere matar porque sí, porque lo lleva dentro. El manso también te quiere matar, pero es porque tiene miedo y no vas a verlo venir. El bravo embiste para atacarte y el manso embiste para defenderse. Ese matiz es clave. Ambos te van a joder, la diferencia es que, en el caso del manso, aún no sabes cómo.
Cuando te toque el manso, has de entender cual deber ser la lidia: cierra la salida, acércate mucho, haz la faena contra las tablas, en sus terrenos y obligale a que siga el camino que le muestras con la muleta. Al manso no le va a quedar otra que seguir lo que le indicas, porque es así cómo se encuentra cómodo. Necesitas temple y saber utilizar los tiempos, como en un baile de salón. Es sólo cuestión de práctica.
Pero va a llegar un momento en el que por mucho que hayas practicado, te vas a ver en Las Ventas de nuevo con un bravo de 612 kilos, llamado Indignado y ahí el mundo desaparece: solo estáis tú y el toro. La puerta está cerrada con llave. No hay salida. Los de plata, detrás del burladero. Y en el albero, tú y el bicho solos, frente a frente. No tienes otra opción que ponerte cuanto antes delante de la cara del toro, pasar mucho miedo y jugarte la femoral. Sin tremendismos, sin portagayolas, sin ponerte de rodillas y sin desplantes a toro pasado. De frente, dándole las ventajas e intentando que pase por donde quieres que pase sabiendo que muy probablemente no lo haga y entonces estás muerto. Ya está, eso es todo. Solo hay dos opciones: el olor a victoria de la puerta grande o el olor a hule de la enfermería. Toma buena nota de esto, Yolanda.
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 22 de abril de 2023. Disponible haciendo clic aquí).