
El 1 de agosto, Irene Montero anunciaba en Twitter que, tras haber conocido no sé cuántos testimonios de mujeres agredidas mediante sumisión química en pubs y discotecas de toda España, ponía en marcha un convenio con la hostelería para que, si alguna mujer notaba un pinchazo, supiera como actuar. Recordaba que en la ley del ‘sólo sí es sí’ se introducía expresamente como agravante cualquier forma de sumisión química que buscara anular la voluntad de las mujeres. «Tenemos derecho a salir de fiesta y llegar a casa, solas, acompañadas, sobrias o borrachas», dijo. Dejemos de lado el concepto de derecho positivo de algunas y el trascendental objeto de sus aspiraciones. Lo importante es que, a raíz de esas declaraciones, el Séptimo de Caballería mediático nos dio una turra terrible sobre cómo el machismo se estaba transformando y ahora iba por ahí con jeringuillas, pinchando a mujeres inocentes, insuflándolas química para abusar de ellas y prolongando así la dominación del heteropatriacardo sobre la noche estrellada del verano de nuestra juventud. Escuchamos debates, nos chupamos reportajes, asistimos a roturas de camisa generalizadas, leímos editoriales comprometidísimos, sesudos informes de expertos, columnas que hablaban de otro verano de ‘terror sexual’, nos chupamos las homilías sobre cómo el varón quiere expulsar a la mujer de los espacios de ocio porque les pertenecen y lo que quieren es que ellas se queden en casa, supongo que preparando una tortilla francesa para cuando ellos lleguen. Que, la verdad, una cosa u otra, o el varón quiere expulsar a la mujer de la noche o quiere abusar de ella en las discotecas, pero ambas cosas a la vez me parece complicado. En cualquier caso, como consecuencia de la psicosis, los supuestos casos se dispararon y sobrepasaron los doscientos.
Bien, leo hoy a Julio Bastida en ‘Última hora’ que «fuentes judiciales, policiales y del Instituto de Medicina Legal han llegado a la conclusión de que todas las denuncias cursadas en Baleares resultaron falsas. Es más, los datos son extrapolables al resto de España donde también se tiene constancia de tal falsedad». Vamos, que no es que fuera falsa una, dos o diez denuncias sino todas y cada una. Ni rastro de sumisión química, ni una sola cámara que haya podido detectar un caso concreto de alguien protagonizando un pinchazo, ni un detenido y ni una autoría más allá de un chaval de Albacete al que debieron pillar con un alambre haciendo el imbécil.
Según esas fuentes, nadie intentó drogar a mujeres mediante pinchazos para abusar de ellas. Aquello fue un estado de locura artificial alentado por organizaciones políticas y mediáticas para aprobar esa maldita ley gracias a la cual van ya cien violadores y pederastas de los de verdad en la calle. No pinchan, así que no importa. Los que dieron entonces la turra, callan. Pero me temo que, desgraciadamente, es solo cuestión de tiempo que alguna no llegue a casa ni sola ni borracha. Sin pinchazos, ciertamente. Pero puede que ni siquiera viva.
(Esta columna se publicó originalmente en ABC el 24 de abril de 2023. Disponible haciendo clic aquí).